Pipo Lanarts, crítico de arte, me envió sus comentarios sobre el desnudo colectivo del domingo pasado, en el Zócalo. He aquí su texto: "Hagamos caso omiso del fotógrafo, buscador de la dudosa y olvidable gloria que da un récord de Guinness. Olvidémonos de las fotografías que tomó: quien retrata a 17 mil personas a ninguna retrata. Donde hay estadística no puede haber arte. Dejemos a un lado también la torpe conducta de algunos másculos que acudieron al acto movidos por los más bajos instintos (no tenían de otros), y que con morbosidad babeante se dedicaron a tomar fotos con sus celulares. Hablemos, sí, de quienes asistieron a esa gozosa fiesta del cuerpo y el espíritu. Yo creo que el espíritu y el cuerpo son creación divina. Ambos tienen, por tanto, igual sacralidad. Las religiones han hecho del cuerpo un ente deleznable. Lo consideran enemigo del alma: ésta es de Dios; el cuerpo del demonio. Los místicos y ascetas olvidan que ese cuerpo es también obra divina, y lo flagelan y castigan con cilicios, ayunos y mortificaciones en cuyo invento muestran grande imaginación. Pero el cuerpo es la morada del espíritu -"templo del Espíritu Santo", dice la teología católica-. ¿Por qué entonces hacerle daño, o denigrarlo, o juzgarlo cosa ruin? Yo celebro que en la Ciudad de México haya habido mujeres y hombres que con voluntad limpia, sin intención malsana, acudieron a esa celebración del cuerpo, y lo sacaron al sol y al aire, y participaron en esa fiesta no movidos por un propósito político, o erótico, sino para ejercer su libertad de mente, y se desnudaron con la inocencia de los niños, sin miedo a mostrar años de más o bellezas de menos. ¿Que algunos fueron con designio diferente? Allá ellos y sus sordideces. Por mi parte celebro esta celebración. Fue un jubiloso happening, una gozosa instalación que dio alegría a quienes vemos en nuestro cuerpo la misma nobleza y dignidad que tiene nuestra alma". Y firma: Pipo Lanarts... El director del circo anunció con sonorosa voz: "Esta empresa se enorgullece en presentar a su máximo artista: ¡Sinko el Grande!". Prosiguió el anuncio: "Desde 50 metros de altura Sinko se lanzará de clavado a un tonel con 100 litros de agua". Apareció el joven atleta, y el público saludó su presencia con aplausos. Subió por la escalera Sinko el Grande y se colocó en el trampolín. La gente contuvo el aliento. El artista se lanzó en perfecto clavado, cayó en el centro mismo del tonel y emergió de él con elegante gracia de delfín. Una ovación cerrada saludó la hazaña. "Ahora -anunció el director- Sinko subirá a un trampolín situado a 75 metros de altura y se lanzará de clavado a una cubeta con 10 litros de agua". ¿Una cubeta, y con 10 litros de agua nada más? La gente no podía creer lo que había escuchado. Subió el atleta por la escalera y se echó de clavado a la cubeta. Cayó en ella y salió otra vez, indemne y garboso. Un aplauso atronador premió aquella increíble demostración. La gente se levantó de sus asientos para salir del circo. ¿Qué más podía ver después de aquello? "¡Un momento, señoras y señoras! -pidió el director-. La actuación del gran Sinko no ha terminado todavía. Ahora subirá a un trampolín a 100 metros de altura y se lanzará de clavado ¡a un trapeador húmedo!". ¿Cómo podía ser aquello? Era imposible realizar ese acto temerario. Subió Sinko por la altísima escalera. Casi no se le veía cuando llegó al trampolín. Se hizo un silencio absoluto. Y allá viene el artista, en vertiginoso clavado. Cayó el gran Sinko en el trapeador, y he aquí que se dio un espantoso batacazo. Con las costillas rotas, sangrante y lacerado, se levantó penosamente y gritó hecho una furia: "¡¿Quién fue el jijo de la tiznada que me exprimió el trapeador?!"... FIN.