Después de leer la reseña que el crítico de arte Pipo Lanarts hizo acerca de los 17 mil hombres y mujeres que se desnudaron en el Zócalo, a la prima Celia Rima, versificadora de ocasión, se le ocurrió este epigrama: "En palabras muy sentidas / comentó un señor ignoto: / ‘Ni la vez del terremoto / vi tantas cosas caídas’..."... Minucias van, minucias vienen, y las reformas torales que necesita este país siguen durmiendo el sueño de los injustos. Mientras muchas naciones avanzan en sus procesos de globalización, México no sólo retrocede: también va para atrás. No podemos romper las ligaduras que nos atan a viejos conceptos que ya tienen olor a naftalina. (Por eso yo no soy viejo concepto: no quiero oler a naftalina). Nuestra clase política no tiene clase. Los políticos siguen haciendo política de campanario; su mirada llega a duras penas a donde llega su nariz. Y para colmo muchos de ellos son chingos, que así se llaman también los chatos, romos, ñatos, bracos y nachos, es decir quienes tienen muy reducido el apéndice nasal. En algunos países naufraga la política por causa de la economía. En el nuestro la economía naufraga por culpa de la política... Cuando me porto bien Diosito me da un premio: me hace ir a Mérida. Mañana voy a estar en la hermosísima capital de Yucatán. Ahí contaré la "Historia de una historia", el modo como escribí mi libro "Juárez y Maximiliano. La roca y el ensueño". (Acabo de recibir, por cierto, una cordial misiva de Lourdes Betancourt, del Grupo Planeta, Editorial Diana, donde me informa de una nueva impresión -15 mil ejemplares más- de la obra. Doy gracias a Planeta, a Diana, y envío un saludo cariñoso a Manolo Fernández, bajo cuya tutela mis libros se han convertido en best sellers, cosa que ni en mis más disparatados sueños alcancé a soñar). Iré a Mérida, pues; veré a Sandra Montoya, mi ángel de la guarda; saludaré a mis queridos amigos de "El Diario de Yucatán"; hablaré de la presencia de Carlota en la blanca ciudad, y diré de las extrañas y misteriosas circunstancias que me llevaron a proponer una visión de nuestra historia distinta de la que en la escuela nos contaron. La cita es mañana viernes, a las 19.30 horas, en la prestigiosa Universidad Marista de Mérida. ¡Ahí nos veremos!... Ya se sabe que en España el verbo "joder" significa -definición de la Academia- "practicar el coito". Sucede que un cantante mexicano fue a Madrid, y acudió a un centro de espectáculos a fin de ofrecer ahí sus servicios. Le pregunta el portero, receloso: "¿No es usted hipnotizador?". "No -responde el mexicano-. Soy cantante". "Entonces puede pasar" -le dice el hombre. Entra el mexicano y le pide a la secretaria del gerente que lo anuncie. Le pregunta la chica, temerosa: "¿No es usted hipnotizador?". "No -vuelve a decir el mexicano-. Soy cantante". "Entonces puede pasar" -autoriza la muchacha. Llega el tipo a la presencia del gerente. Con recelo le pregunta éste: "¿No es usted hipnotizador?". "No -replica el mexicano-. Soy cantante". "Entonces -declara el gerente-, lo puedo contratar". "Se lo agradezco -responde el mexicano-. Pero dígame: ¿por qué tantas preguntas acerca de si soy o no hipnotizador?". "Se lo diré -contesta el hombre-. La semana pasada un grupo de monjas y sacerdotes nos pidieron el local para celebrar la terminación de un retiro. No quisimos poner un comediante que amenizara la ocasión, pues podía decir algo que ofendiera a ese público tan religioso. En vez de eso pusimos a un hipnotizador. Resultó tan bueno el tipo que en un dos por tres hipnotizó a la totalidad del público. Los padres y las monjitas hacían todo lo que él les ordenaba. Les decía: ‘¡Bailar!’, y bailaban; les decía: ‘¡Saltar!’ y saltaban. Hasta ahí todo iba bien. Pero sucedió que el hipnotizador sufrió una descarga eléctrica en el micrófono. Al sentirla se le salió una palabrota. Dijo con fuerte voz: ‘¡Joder!’. ¡Y no sabe usted la que se armó!"... FIN.
