Muchas veces el mejor regalo que podemos hacerle a la Nación es nuestro silencio. Mal hago yo en decirlo, pues soy uno de los mexicanos que más oportunidades de callar desperdicia cada día. Si eres sabio, tu silencio es necedad; si eres necio, tu silencio será sabiduría. En ese contexto el silencio es mi único saber. Pero no soy el único que incurre en delito de garrulería. Roberto Madrazo, por ejemplo, sale ahora con la muy peregrina novedad de que gracias a su patriotismo el país se salvó del caos, la anarquía y otros males de similar jaez. Dice que pudo haber pedido la nulidad de la elección presidencial y volver a buscar la Presidencia en mejores condiciones, pero pensó -añade- que la patria es primero, y renunció a la posibilidad. Quimera o fantasía es eso; vano deliquio engañoso. Lo que hizo Madrazo fue dañar gravemente a su partido al empecinarse en ser el candidato cuando otros mejores que él había para abanderar la causa del priismo. Todavía no se repone el PRI de las funestas consecuencias de esa ceguera egocentrista, y sólo el talento de Beatriz Paredes está logrando construir algo sobre las ruinas dejadas por el tabasqueño. Lo mejor que Madrazo podría hacer ahora sería reconocer que su ciclo político está agotado ya. Trae sobre sí una carga de descrédito de la cual ya no podrá librarse. Muchas otras tareas hay en que podría ocupar su tiempo: la filatelia, el estudio de las plantas fanerógamas, la investigación de las costumbres de los chinicuiles. O dedíquese a administrar sus muchos bienes en la esperanza de que sus muchos males sean olvidados... Rosilita le pregunta a su mamá: “¿Por qué Pepito tiene una parte que no tengo yo?”. Contesta la señora: “No les envidies a los hombres esa parte, hijita. Ellos nomás pueden tener una”... Un señor le reclama a otro: “Sé que es usted casado, y sin embargo está saliendo con una muchacha que podría ser su hija”. Replica el otro, airado: “¿Y eso a usted qué le importa?”. Contesta el señor: “Es que la muchacha podría ser su hija, pero es mi hija”... Casó un diputado, y su flamante mujercita lo vio por primera vez al natural. Propone ella: “¿Por qué no llamamos a tu suplente?”... El señor llevó a su hijito a que lo viera jugar golf. Cuando regresaron a la casa había invitados a comer. Declara el niñito con orgullo: “Mi papi es el mejor golfista del mundo: jugó cinco horas, y ni una sola vez dejó que la pelota cayera en uno de esos agujeros que hay en el campo”... Presumía Jactancio: “A mi padre le levantaron una estatua”. Pregunta alguien: “¿Por qué?”. Responde Jactancio: “Se le cayó encima”... Para obligarse a ahorrar don Astilio le dijo a su mujer que le daría 100 pesos cada vez que le hiciera el amor. Como sus expresiones amorosas eran semanales ahorraría 400 pesos cada mes. Pasaron tres, y don Astilio le pidió a la señora la caja donde guardaba aquel dinero. Pensó encontrar en ella mil 200 pesos. Había más de 15 mil. “¿Qué significa esto?” -le pregunta amoscado. Responde ella: “Lo tuyo es el capital. Los demás han puesto el interés”... Dice con tristeza Babalucas: “Inventé un veneno infalible para acabar con las hormigas. Y sin embargo mi invento fracasó”. Le pregunta un amigo: “¿Por qué?”. Explica Babalucas: “El veneno es inyectable”... Doña Panoplia, nueva rica, fue a París con su marido. Al salir del Louvre le comenta a su esposo con disgusto: “¡Vaya descaro el de esta gente! ¡Mira que copiarnos ese retrato de mujer que desde hace más de 20 años tenemos en la sala!”... Doña Frigidia le dice a su marido en son de queja: “Mis amigas me cuentan que sus maridos pronuncian sus nombres cuando están en el momento del amor. ¿Por qué tú nunca dices el mío?”. Responde él: “Me da miedo despertarte”... FIN.
