Dos amigos se hallaron después de largo tiempo de no verse. Uno le dice al otro: "Pensé que habías muerto". "¿Por qué?" -se sobresalta el otro. Explica el primero: "Es que últimamente todo mundo habla muy bien de ti". Una chica de tacón dorado pasó a mejor vida. En su velorio dijo alguien: "¡Qué mujer! Se fumaba seis cajetillas de cigarros cada día. Era capaz de beberse dos botellas de brandy sin marearse. Peleaba como pocas y maldecía como ninguna. Podía dar buena cuenta de diez hombres en una sola noche...". Una compañera de la difunta suspira con tristeza: "¡Caramba! ¡Tienes que morirte para que la gente diga de ti cosas bonitas!"... Los cuentecillos que he narrado ilustran una de las más tristes facetas de la naturaleza humana: aquella que nos hace regatear el elogio a quienes viven y alabar con largueza a los que mueren. Por eso es sabia y amorosa la frase de Anamaría Rabatté: "En vida, hermano; en vida". En esos términos alabo la conducta de Francisco Labastida Ochoa. Se alegraría él si supiera la buena opinión general en que es tenido. Yo comparto ese juicio favorable. Sobrada causa tendría Labastida para el resquemor, y sin embargo su actitud es generosa y positiva. Estamos en presencia de un político maduro cuyas acciones y palabras son de bien para su partido -el PRI- y para la Nación. Así lo muestran las declaraciones que hizo luego de las muy imprudentes y sin base que Roberto Madrazo externó. Políticos como Labastida necesita México. Hay unos -Fox, por ejemplo- que convierten los triunfos en derrotas. Labastida parece haber sacado de su vencimiento (ciertamente no atribuible a él) una sabiduría personal que lo hace buscar el bien de México por encima de todo otro interés. En cualquier ser humano sobreponerse a un fracaso, y sacar de él enseñanza, es gran victoria. En un político eso es una espléndida victoria... Se casó Patojo, hombre zambo, estevado, pernituerto. Le decían "El Charrito Pemex" en memoria de aquel olvidado personaje que tenía las piernas hechas arco. Cuando su mujercita lo vio por primera vez al natural, fijó su vista en la entrepierna y luego dijo: "Ahora me explico porque tienes las piernas así". "¿Por qué?" -se escama él. Responde la muchacha: "Porque las cosas pequeñas van siempre entre paréntesis"... Doña Gastona lucía un vestido nuevo. Le dice a su marido: "No me costó un solo centavo". "¿Cómo es eso?" -pregunta el esposo con recelo. Declara la señora: "Costaba 2 mil pesos, pero estaba rebajado a mil. Lo compré con los mil pesos que me ahorré"... Simpliciano, joven inocente, contrajo matrimonio con Pirulina, muchacha que ya sabía mucho de la vida. Al empezar la noche de las bodas pide él: "Quiero que me permitas llamarte ‘Eva’". "¿Eva? -se extraña ella-. ¿A qué ese nombre?". Explica Simpliciano: "Es que eres la primera mujer en mi vida". "Ah, vaya -contesta Pirulina-. Entonces yo te llamaré ‘Pistola’". "¿Por qué?" -inquiere él. Contesta la muchacha: "Porque eres mi 45"... Lord Feebledick llegó a su casa después de la cacería de la zorra y encontró a su mujer en agitado trance de coición con Wellh Ung, el musculoso joven encargado de la cría de faisanes. "¿Qué es esto?" -preguntó milord hecho una furia. (Ésa es una de las preguntas más idiotas que en el mundo hay, comparable en necedad únicamente a la que te hace ese sujeto a quien no has visto en años y que te dice: "A ver: ¿quién soy?"). Sin suspender sus febriles meneos, sacudidas, oscilaciones, brincos y zarandeos responde ella: "Lo hago por el bien de nuestro personal. Este pobre muchacho se sentía algo débil, y el médico le recomendó hacer ejercicio"... FIN.