"Ando como girasol en día nublado: hecho un pendejo". Don Simón Arocha, inolvidable señor del norte de mi natal Coahuila, solía usar esa contundente frase para manifestar perplejidad, asombro, duda, confusión, turbamiento o desorientación ante los acontecimientos de la vida. Así he andado yo también todo este día: como girasol en día nublado. En Saltillo, donde nací y he vivido los años de mi vida por especial bondad de Dios, el día amaneció color grisalla, nuboso y con murrias de llovizna. Todos los días de Dios son bellos, aun los que con ligereza y sin pensar llamamos feos. Pero ciertamente hay algunos que llaman a la melancolía. En tal estado de abatimiento o postración ¿se me puede pedir acaso que oriente a la República? Ad impossibilia nemo tenetur. Nadie está obligado a hacer lo imposible. Perdóneseme pues, por caridad, que no dispense este día mis admoniciones y consejos, ni ponga aquí máximas morales, apotegmas o preceptos de razón que contribuyan a poner en buen camino los asuntos nacionales. Me limito a expresar, con ese ánimo sombrío que antes dije, mi temor porque las cosas de violencia que se miran cada día en el país hagan nacer en algunos la aberrante idea de que sólo un gobierno de mano dura, autoritario, que anulara las libertades civiles e implantara en su lugar un orden férreo, podría terminar con la inseguridad y la zozobra que últimamente se han ido enseñoreando de la vida mexicana. Los gobiernos así, dictatoriales, suelen traer consigo al fin y al cabo mayor zozobra y más grande inseguridad. Con la ley se debe reprimir a los enemigos de la ley. Si conseguimos que México sea un estado de derecho -no lo es, por desgracia, todavía- encontraremos que el orden jurídico es la vía mejor para instaurar el orden social. No pidamos autoritarismo. Pidamos, sí, autoridad... Denme un minuto por favor para apuntar esa última frase en mi cuaderno, y que no se me olvide. La usaré en mi próximo discurso, acompañada por un ademán como el que hacía don Fernando Díaz de Mendoza cuando recitaba aquellos sonoros versos del Tenorio: "Llamé al Cielo y no me oyó. / Y pues sus puertas me cierra, / de mis pasos en la Tierra / responda el Cielo. ¡Yo no!"... Contaré ahora algunos lenes chascarrillos para disipar, siquiera sea en parte, la calígine del pesimismo que noto ahora al releer mis líneas, en las cuales parece subyacer un oscuro vaticinio... Las damas voluntarias de la Cruz Roja acudieron a la oficina de don Algón a pedirle un donativo. Cuando llegaron no había nadie en la antesala, de modo que una de ellas abrió cautelosamente la puerta del despacho. ¡Sorpresa! Don Algón estaba disfrutando un rato de íntimo solaz con su linda secretaria, Rosibel. Todo confuso don Algón se deshizo de aquel estrecho abrazo, y arreglándose la ropa dijo lleno de confusión: "Perdonen ustedes, señoras. Creo que llegaron en un mal momento". Sonríe la que encabezaba la comisión y responde con palabras suaves: "Mal momento quizá para usted, don Algón. Para la Cruz Roja no"... El doctor Galénez se acaba de divorciar de su mujer. Ello aprendió la máxima de salud que dice: "Una manzana cada día mantiene alejado al médico". ¡Y todas las noches, al irse a la cama, le daba una manzana a su marido!... Dulcilí, muchacha ingenua, contrajo matrimonio. La noche de las bodas su apasionado maridito le hizo con arrebato la primera demostración de amor. A pesar de su ingenuidad Dulcilí disfrutó con plenitud de aquello. Después de un rato de descanso el vehemente recién casado estuvo en condiciones de repetir la deleitosa ocasión. Cuando Dulcilí se percató de aquella buena disposición exclamó llena de júbilo: "¡Ah! ¡Es reciclable!"... FIN.