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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Llevo en torno de mí un revoleo de preguntas que me acosan con la feroz insistencia de las moscas. No me inspiran temor las de carácter metafísico; ésas las puedo contestar. Por ejemplo, a la trascendental pregunta: "¿De dónde venimos y a dónde vamos?" respondo no sólo con certidumbre, sino además en verso endecasílabo: "Venimos del Amor y al Amor vamos". Las preguntas de tipo físico tampoco son problema para mí. "¿Cuántos centímetros medía el busto, y cuántos la grupa de Gina Lollobrigida en sus buenos tiempos (y los míos)? Respuesta: Todos los centímetros del mundo. Hay, sin embargo, preguntas que tienen parte de física y parte de metafísica. Ésas son de imposible respuesta para mí. Ante ellas me quedo turulato, patidifuso y alelado. He aquí una de esas preguntas sin contestación: "¿En qué clase de país vivimos?". La noción de subdesarrollo podría ayudar a responder esa interrogante, pero hay cosas que ni el subdesarrollo (a menos que sea mental) puede explicar. Consideren mis cuatro lectores el siguiente caso. En la carretera entre Saltillo y Monterrey (o viceversa, según pa’ ‘ónde vayas), se están haciendo trabajos de recarpeteo en el tramo correspondiente a Nuevo León. Entiendo que esos trabajos son necesarios, aunque se realizan con irritante frecuencia, lo cual habla ya sea de la mala calidad de los materiales empleados o de los daños causados a esa vía por un tráfico de vehículos pesados que cargan tonelajes que en otros países no son permitidos. Esas obras que digo se están llevando a cabo en modo tal que provocan gigantescos embotellamientos, de más de 20 kilómetros a veces. La noche del pasado martes, de regreso del aeropuerto de Monterrey, necesité 4 horas para hacer un recorrido que en circunstancias normales toma 40 minutos. Y me fue bien: si algún tráiler se descompone en esa larga fila la espera se prolonga mucho más. Ésa es la mala noticia. La peor es que, según lo declarado por un inspector de la delegación de la SCT en Nuevo León, los trabajos tardarán de 3 a 4 meses más en ser concluidos. ¡Háganme ustedes el refabrón cavor! ¿Puede creerse eso? Ahora bien: ¿saben mis cuatro lectores cuántas personas han sido asignadas para hacer esos importantísimos trabajos que, se supone, tienen carácter de urgentes? ¡24 personas! Es decir, miles y miles de conductores afrontan cada día y a todas horas molestias y riesgos de accidentes graves, y la dependencia federal encargada de las obras no destina más que 24 trabajadores a la obra, y un mínimo de maquinaria. Eso es inadmisible. ¿Acaso no se piensa en los trastornos y daños de todo orden que provoca una situación así? Alguien en la SCT de Nuevo León está demostrando plena incapacidad para cumplir su función con eficacia. Es intolerable que los ciudadanos sean perjudicados en forma tan grave -y tan prolongada- por la ineptitud oficial. El secretario de Comunicaciones debe conocer este problema, causado por sus colaboradores, e intervenir de inmediato a fin de darle solución... Voy a contar ahora un cuentecillo, a ver si se me quita lo encaboronado... Un hombre joven, protestante él, fue con el padre Arsilio y le manifestó su deseo de convertirse al catolicismo. "Antes de ser admitido -le dijo el buen sacerdote- deberás hacer un sacrificio. Abstente de hacerle el amor a tu mujer durante un mes". Cumplido el término el joven fue con el padre Arsilio. "No pude hacer el sacrificio, padre -confiesa-. Todo iba muy bien: completé 29 días de abstención. Pero ayer mi esposa se inclinó para sacar algo del refrigerador. Al verla así me excité, y en ese mismo momento le hice el amor". "Pues lo siento, hijo -decreta el padre Arsilio-. En esas condiciones no puedo admitirte en la Iglesia". "¡Qué lástima, padre! -se entristece el joven-. Tampoco me admiten ya en el súper"... FIN.

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