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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Quien se sienta de sentón y se levanta de pujido, está jodido. Así estaba don Autumnio, asiduo visitante de Solicia Sinpitier, madura señorita soltera. No daba trazas de querer ser más que un buen amigo para ella. Hay quienes piensan que la amistad es imposible entre una mujer y un hombre, al menos si los dos tienen el alma en su almario. Quizá cuando las hormonas han dejado ya de borbotar sea dable que el varón y la fémina sean amigos, pero aunque los dos hayan llegado al siglo de su edad habrá siempre en su trato un viso de sexualidad, elemento que según entiendo desaparece unos 15 días después de haberse apagado el último aliento de la vida. Cansada de aquella ambigua situación, un día Solicia le hizo a su visitante una pregunta a bocajarro: "¿Cómo sería nuestra vida, amigo mío, si nos casáramos?". "¡Ay, querida señorita! -respondió con un suspiro el senescente caballero-. A estas alturas ¿quién va a querer casarse con nosotros?". Díganme mis cuatro lectores: ¿para qué sirve un hombre así? Muy diferente señor era don Durilio. A sus 80 años casó con mujer joven. La llevó a su casa y le mostró su cuarto, porque -le dijo- dormirían en habitaciones separadas. Ella entendió aquello: la provecta condición de su marido evitaba los goces de himeneo. Grande fue su sorpresa, por lo tanto, cuando a poco de haberse acostado oyó toquecitos en la puerta. "Adelante" -dijo desconcertada. Entró don Durilio y procedió a hacerle el amor en modo magistral, con depurada técnica, ardientes ímpetus y rijos poderosos. Hasta parecía de Saltillo el longevo señor. Terminada aquella performance de virtuoso el vetusto amante se despidió con mucha cortesía y volvió a su habitación. Ella cerró la puerta de la alcoba y regresó a la cama. Ahíta, sacia, dulcemente cansada, satisfecha, se dispuso a gozar el grato sueño del amor cumplido. Pero no había cerrado aún los ojos cuando volvieron a oírse los toquecitos en la puerta. "Adelante", dijo ella nuevamente. Entró don Durilio, y otra vez realizó obra de varón con la misma vehemencia y perfección de la pasada vez. La mujer no salía de su asombro. Extática, le dijo a su recio consorte: "Si he sabido que ibas a regresar una segunda vez no habría cerrado la puerta". Responde el veterano: "Y yo no habría regresado una segunda vez si no se me hubiera olvidado que ya había venido la primera"... Las humanidades han ido desapareciendo de la educación oficial. Asignaturas como el civismo fueron consideradas vejestorios, inanes ñoñerías, y ya no están en el currículo escolar. Esa falta de civismo provoca muchos males, desde los grafitos hasta las tomas del Paseo de la Reforma, pasando por la APPO, la Coordinadora de maestros de Oaxaca, los diputados asaltantes de tribunas y otras bajunas lacras que sufre la Nación. Importan las aptitudes, sí, pero las actitudes importan aún más. Civismo entraña civilidad, y civilidad equivale a civilización. En política los mexicanos somos incivilizados. Y sin civismo lo seremos más... Avaricio, hombre ruin y cicatero, se disponía a salir de su casa. Le dice a su mujer: "Ponte el abrigo". Pregunta ella, ilusionada: "¿Me vas a llevar?". "No -responde el matatías-. Voy a apagar la calefacción"... Comentaba un individuo: "Mi matrimonio ha durado porque mi esposa y yo hacemos el amor cuatro veces a la semana. Ella lo hace martes y viernes, y yo miércoles y sábados"... Una señora fue con el doctor. Se quejaba de excoriaciones en las rodillas y en las palmas de las manos. "¿Hay algo que explique eso?" -pregunta el facultativo. "Sí -responde ella-. Siempre que tengo sexo con mi esposo me pongo a gatas en la cama". "Hay otras posiciones" -dice el médico. "Sí -admite la mujer-. Pero nada más en ésa puedo estar viendo la tele"... FIN.

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