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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

El recién casado se sorprendió al ver que su mujercita, cuando ponía el bistec a freír en la sartén, le cortaba antes una punta de un lado y otra del otro. "¿Por qué haces eso?" -le preguntó extrañado. Contestó ella: "Así hace siempre mi mamá antes de freír un bistec". "¿Y por qué hace ella eso?" -insistió el muchacho. "No sé -respondió la desposada-. Le preguntaré". La señora dijo que hacía eso porque su mamá lo hacía también. Fue entonces la chica con su abuelita y le preguntó acerca del asunto. Respondió la ancianita: "Le cortaba al bisté una punta de un lado y otra del otro porque la cacerola que tenía era muy chica, y el bisté no cabía entero"... Otro recién casado se quejaba de las escasas habilidades culinarias de su esposa. Decía. "Entiendo que se le queme la carne, que se le queme un pastel... ¿Pero que se le queme el ceral del desayuno?"... Presenté hace unos días en León mi más reciente libro: "De abuelitas, abuelitos y otros ángeles benditos", edición del Grupo Planeta, sello Diana. Más de mil 200 personas acudieron a la presentación, y más de dos horas estuve firmando ejemplares de la obra, que pronto estará ya en las librerías. Libro entrañable es ése, en el que más de cuerpo presente y alma estoy. En él late el espíritu de mis abuelos, tan distintos entre sí y tan iguales. Los cuatro están en mí. Está el padre de mi madre: papá Chema. Era hombre de pocas palabras, taciturno. Casó en Saltillo con mi abuela, y la llevó en un expresito tirado por caballo al lugar donde iban a vivir, Villa de Patos, o sea General Cepeda. Al empezar el viaje, en la mañana, mi abuelo detuvo el carrito, bajó de él y cortó unas hierbitas que estaban a la orilla del camino. "¿Para qué son esas hierbas, José María?" -le preguntó mi abuela. No respondió él. Metido en sí mismo siguió todo el camino. Cuando llegaron a General Cepeda caía ya la tarde. Papá Chema ayudó a su mujer a descender del carro, y al hacerlo le contestó: "Pa’l caldo". Conmigo va, aunque no la conocí, la madre de mi padre, mamá Lipa. Murió cuando su hija menor, mi tía Conchita, era aún niña. Mi tía vivió más de 80 años. En su ancianidad la angustiaba una duda metafísica: ¿cómo la iba a reconocer en el Cielo su mamá, que era muchacha joven cuando se murió, a ella, que era ya una viejecita? Yo le di la respuesta que dio San Agustín cuando alguien le preguntó cómo serían las almas en el Cielo: "Erunt sicut musica". Es decir, serán hermosas e incorpóreas, como la música es. De todo eso, y de muchas cosas más hablé en la presentación de ese libro en el que puse tanto de mí, abuelo felicísimo que soy ahora. No sólo asistieron abuelos a la presentación: también fueron papás y nietos que compraron el libro como obsequio para sus abuelitos. Algo aprendí de todos ellos: en este mundo y estos tiempos, tan llenos de sobresaltos y problemas, parece ser que las cosas de la familia están siendo revalorizadas. Nos asimos a los valores y sentimientos que de nuestros padres y abuelos recibimos, y encontramos en ellos rumbo y luz. Quizá eso explica el cariño con que ese libro mío fue recibido en su primera aparición en público. Espéralo tú también, que me haces el favor de ser de mis cuatro lectores. Quizá en esos relatos de mi vida encuentres algo de tu propia vida... Una señora le cuenta con orgullo a su vecina: "Mi hija está en la preparatoria abierta". Responde la otra, retadora: "Pues la mía apenas está en la secundaria. Pero eso sí: bien cerradita"... Eso me hace recordar a la estudiante que llegó a su casa muy desconsolada. Les anuncia a sus padres, gemebunda: "Me tronaron en la escuela". Pregunta el genitor, sobresaltado: "¿Te reprobaron?". Y exclama con un sollozo la muchacha: "¡También eso!"... FIN.

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