Tres empresarios de éxito que estaban conversando. Le preguntan a uno: "¿Quién contribuyó más a tu éxito: tu esposa o tu amante?". "Mi esposa, desde luego -responde el exitoso ejecutivo-. Sus consejos me han ayudado siempre". Dice el segundo: "Yo atribuyo mi buena fortuna a mi amante. Ella ha sido mi inspiración para buscar metas más altas". Le preguntan al tercero: "Y tú ¿a quién atribuyes tu triunfo en el mundo de los negocios? ¿A tu esposa o a tu amante?". "A las dos por igual" -responde el interrogado. "¿Cómo es eso?" -se extrañan los otros. "Sí -explica el gran empresario-. Mi esposa creía siempre que yo estaba con mi amante. Mi amante siempre creía que estaba con mi esposa. Y mientras yo podía estar en mi oficina dándole duro a la chamba"... "Tengo un problema -le cuenta el maduro ejecutivo a su amigo en el bar-. Mi amiguita está embarazada, y yo soy el responsable”. "¡Qué barbaridad! -se consterna el otro-. ¿Cómo pudiste cometer semejante error?”. "Qué quieres -responde tristemente el ejecutivo-. Errores de la juventud”. "¿Juventud? -se molesta el amigo-. Ya andas en los 50 años”. "Sí -concede el otro-. Pero ella tiene 19 y no tomó ninguna precaución”... Don Martiriano le dice a su fiera consorte: "Ya puedes estar tranquila, Jodoncia. Tal como me lo exigiste despedí a la guapa secretaria que tenía y en su lugar contraté a una mujer de edad avanzada, fea, con bigote, un lobanillo en la nariz y carácter insufrible”. "Está bien -replica satisfecha doña Jodoncia-. ¿Dónde la conseguiste”. "Fue muy fácil -responde don Martiriano mansamente-. Contraté a tu hermana gemela”... Murió doña Macalota, y llegó al Cielo. San Pedro, el custodio de las llaves del Reino, empezó a anotar sus datos en el libro de registro. En eso doña Macalota escuchó un espantoso grito de dolor que provenía del interior de la morada celestial. "¿Qué fue eso?" -preguntó con inquietud. "Es la mujer que llegó antes que tú -dice San Pedro-. Grita porque le están taladrando dos agujeros en la espalda para ponerle las alas". En ese momento se oyó otro crispante ululato. "Y ahora -se asusta doña Macalota- ¿qué fue eso?". "Es el hombre que llegó antes que ustedes -responde el portero celestial-. Grita porque le están taladrando la cabeza para ponerle la aureola". Entonces dice doña Macalota con decidido acento: "No quiero estar aquí. Prefiero ir al infierno". "¿Sabes lo que estás diciendo? -le pregunta San Pedro-. En el infierno te van a violar, te van a sodomizar". "Quizá -acepta doña Macalota-. Pero para eso ya tengo lo necesario, y no tendrán que taladrarme"... El borrachín rezaba ante el altar de la iglesia: "-Diosito santo -decía-, mándame por favor mil pesos que necesito mucho”. El señor cura oyó eso desde la sacristía, y compadeciéndose del borrachín tomó 500 pesos que traía en la bolsa y le dijo: “-El Señor escuchó tus oraciones, hijo, y te mandó esto". El borrachín ve el billete y luego exclama: "-Gracias, Señor, por atender mi súplica. Pero la próxima vez no me mandes la lana por medio de este cura. Cobra mucho de comisión”... FIN