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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Si fuera yo directivo de alguna de las dos grandes empresas de televisión que hay en México, ahora estaría de hinojos ante la Guadalupana para darle gracias de todo corazón por el milagro que me hizo a través de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. En efecto, la caída de la mañosa ley que concedía a esos consorcios privilegios excesivos los pone al amparo de las acciones a que se arriesga quien abusa de su poder para obtener ventajas indebidas. En el caso de esta abusiva ley era la Corte o Chávez. Quiero decir, había que escoger entre ser regido por una ley justa y razonable, renunciando a esas improcedentes prerrogativas, o ser objeto el día de mañana de medidas dictatoriales de control extralegal. Merecen reconocimiento los Ministros por esta decisión. No cedieron a presiones; su actuación estuvo estrictamente apegada a derecho, y se inspiró en el bien de la Nación. "No saben de lo que estamos hechos", dijo el Ministro Aguirre Anguiano en respuesta a las voces que expresaban temor por la posibilidad de una decisión de los ministros fincada en la consigna o el temor. Ahora sabemos de qué están hechos esos juzgadores: de institucionalidad, de recta conciencia y de sentido de responsabilidad para salvaguardar los intereses nacionales por encima del interés particular, por muy poderoso que sea. Aplauso merecen también los mexicanos que con honestidad y valentía, y a pesar del villano hostigamiento que sufrieron, se enfrentaron a esa malhadada ley. Citemos los nombres de Javier Corral y Manuel Bartlett, sus primeros y principales opositores. Ellos, con otros legisladores, proclamaron la improcedencia de una ley aprobada con prisas vergonzantes por quienes ahora deben sentir vergüenza de sí mismos, igual que aquellos que los manipularon para obtener esa legislación viciada. La determinación de la Corte fortalece el Estado de Derecho y frena la excesiva ambición de grupos que ahora deben pensar más en el interés comunitario que en aumentar su dinero y su poder. Quien todo lo quiere ganar se pone en el camino de perderlo todo. La protección del interés general se traduce en protección del interés particular. Cuando un individuo quiere ponerse por encima de la sociedad, ésta reacciona tarde o temprano contra él. Los consorcios televisivos deben dar gracias, pues, a la Guadalupana -y también a los ministros de la Corte- por el milagro que les hizo al darles una ley que mira al bien común y librarlos de la que ellos mismos se habían hecho a su medida... En la quietud del paisaje iluminado por pensativa luna vagarosa se inclina Babalucas sobre la muchacha y le dice: -Me pregunto una cosa, Filarmina. Los pajaritos lo hacen. Las abejitas lo hacen. ¿Por qué no podemos hacer lo mismo tú y yo?". "-¿Qué?" -pregunta ella a su vez con ansiedad y bien dispuesta a todo-. ¿Qué no podemos hacer nosotros que los pajaritos y las abejitas sí pueden hacer?". "-Volar" -responde ensoñador el inocente borro al tiempo que perdía la mirada en la azul inmensidad del éter. Indejo... Pregunta Susiflor a su pretendiente: "-Dime, Empédocles: ¿dejarías de beber por mí?". "-¿Y quién te dijo que bebo por ti?" -responde Empédocles-... Quítate ese sombrero de palma y esos huaraches -le exige la gallinita al gallo-. No voy a andar por ahí poniendo huevos rancheros"... FIN

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