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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Armando Camorra

Susiflor contrajo matrimonio. (¿Han notado mis cuatro lectores que el verbo “contraer” se usa sólo en relación con el matrimonio y con las enfermedades? “Contrajo matrimonio”... “Contrajo un virus”...). La mamá de la recién casada, inquieta, la llamó por teléfono al hotel de playa donde la parejita disfrutaba su luna de miel. “¿Cómo van las cosas, hija?” -le preguntó, ansiosa. Contesta Susiflor: “Nuestra luna de miel va muy bien, mami. Nuestro matrimonio no tanto”... Las mujeres necesitan una razón para tener sexo. Los hombres lo único que necesitamos es un lugar dónde hacerlo. Cualquiera. Afrodisio Pitongo, galán concupiscente, se disponía a celebrar el más antiguo rito natural con una chica. Ella le dijo: “Esta vez quiero hacerlo con la luz prendida”. Afrodisio obsequió el deseo de la muchacha: abrió la puerta del automóvil... Torreón, ciudad la principal de La Laguna y orgullo de mi natal Coahuila, es una población muy joven. Tiene apenas 100 años de edad. De la arena surgió, como los espejismos. Fue fruto del oro blanco: el algodón, y fue fruto también del oro negro: el ferrocarril. Gente muy de trabajo, y generosa, son los laguneros. Tienen pródigo el corazón, y pródigo también tienen el bolsillo. Saben ganar el dinero, y lo saben gastar. Mis queridos paisanos saltilleros fruncen un poco el entrecejo cuando digo que hay una forma fácil de saber si estos cuatro señores que están comiendo en un restorán son de Torreón, de Monterrey o de Saltillo. Si cuando llega el mesero con la cuenta los cuatro se la disputan para pagarla cada uno, esos señores son de Torreón. Si sacan una calculadora para dividir la cuenta entre los cuatro, son de Monterrey. Y si en el momento en que el mesero viene con la cuenta los cuatro se levantan apresuradamente para ir al baño, son de Saltillo. Y es que nuestro carácter, el de los saltillenses, tiene linaje montañés, de gente que por vivir aislada ha de bastarse con lo muy poco que tiene, y administrarlo cuidadosamente. El lagunero, en cambio, recibía cada año del padre Nazas el don de la fortuna, y así como agua se le iba de las manos, al cabo que a vuelta de año le llegaría otra. En trabajosa lucha para hacer que el desierto diera fruto se forjó el talante de los laguneros, del cual he sido yo beneficiario, pues siempre he gozado de su afecto, su hidalguía y su largueza señorial. Estuve la noche del pasado viernes en el hermoso teatro que don Isauro Martínez hizo construir. Tomó ahí la palabra don Ramón Iriarte, quien preside los festejos del Centenario, y dijo: “Todos sabemos que Catón es periodista y maestro; que ha sido actor, compositor, director de orquesta sinfónica, y hasta torero. Pero no sabíamos que también fuera violinista”. Hizo una pausa, y concluyó: “Porque han de saber ustedes que esta conferencia la dio de violín, como una aportación suya a nuestra fiesta”. No podía ser de otra manera: fue ése el modo que encontré -modesto, pero lleno con la verdad del corazón- de decirle a Torreón y a La Laguna que éstas son las mañanitas que cantaba el rey David... La señorita Peripalda, maestra de catecismo, se sentía muy sola, y decidió comprarse un periquito. El dueño de la tienda de mascotas le dijo: “Tengo uno, pero me lo trajeron a vender las muchachas de una casa de mala nota, y su lenguaje es poco edificante”. A la señorita Peripalda eso no le importó. Llevó a su casa al loro. En efecto, el cotorro era lenguaraz y maldiciente. Se la pasaba todo el día gritando: “¡Bola de borrachos! ¡Atajo de pirujas!”, y otras lindezas semejantes. Cierto día el padre Juan visitó inesperadamente a la señorita Peripalda. Cuando el señor cura entró en la sala el perico gritó con estridente voz: “¡Atajo de pirujas! ¡Bola de borrachos! ¡Hola, padre Juan!”... FIN.

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