Un señor tomó Viagra, y en ese preciso momento sufrió un fulminante síncope que le quitó la vida. Cuando una hora después el empresario de pompas fúnebres lo puso en su ataúd, ¡ah cómo batalló para cerrar la tapa!... Los japoneses tienen problema al pronunciar la letra ele, y en su lugar dicen "ere". ¿Qué hacen entonces los japoneses cuando tienen una erección? Votan... El Presidente Calderón está incurriendo en un error. Se ha dedicado a cabildear la reforma fiscal entre los gobernadores, en vez de hacerlo entre los diputados y -sobre todo- sus líderes. No son ya los tiempos de antes, cuando cada gobernador tenía el control de la diputación federal de su estado, pues prácticamente él escogía a quienes la integraban, o al menos podía vetarlos. Ahora todo eso se mueve al margen de la autoridad local; los partidos designan a los candidatos y a quienes llegan a la Cámara por otra vía que la electoral. Así las cosas, convencer a los gobernadores de la necesidad de reformar el sistema tributario nacional es como convencer al Cerro de la Silla, al Pico de Orizaba o al Popocatépetl. El trabajo lo debe hacer el Presidente entre los diputados y sus líderes, especialmente los de la oposición, o sea el PAN. Lo demás, para usar un viejo dicho campirano, es tan inútil como arrear una liebre... El señor Degorreta era un sablista descarado, un impúdico gorrón. En el café se sentaba en la mesa de los amigos y le decía a uno: "Te mandó saludar Thomas". Preguntaba el otro desaprensivamente: "¿Qué Thomas?". "Un cafecito, gracias" -aceptaba, condescendiente, Degorreta. Iba al bar y le decía a uno: "Estoy techando". Inquiría el sujeto: "¿Qué techas?". Contestaba el desfachatado vividor: "Te aceptaré un tequila". Cuando iba a la casa de lenocinio le decía a la muchacha al terminar el trance fornicario: "En el buró te dejé diez azulitos". Y al decir eso se alejaba precipitadamente. La chica iba al buró creyendo que encontraría ahí diez billetes de 50 pesos, y en su lugar hallaba un paquetito de Alka-Seltzers. A otra le decía: "Ahí te dejo para tus zapatitos". Y lo que le dejaba no era una buena suma para comprar zapatos, sino una desgraciada lata de betún para lustrar calzado. Pues bien: en cierta ocasión Degorreta fue a una mancebía de lujo, y contrató los servicios de una daifa. "Pero ha de ser como yo quiera" -le dijo con voz ronca. La mujer supuso que aquel tipo sería hombre degenerado, practicante de alguna extraña perversión. Y ella era prostituta ecológica: no hacía nada contra Natura. Así pues lo rechazó. Llamó Degorreta a otra y le ofreció por sus servicios una buena paga, al tiempo que repetía la advertencia: "Pero ha de ser como yo quiera ¿eh?". Ésta pensó también que de seguro el cliente era dado al masoquismo o al sadismo, y que usaría látigos, y cadenas o cuerdas para atar a su pareja y hacerla objeto de vejaciones o violencias. También declinó la invitación. Degorreta hizo venir a una tercera, y le propuso buena paga. "Pero ha de ser como yo quiera" -repitió ceñudo. Sucedió que esta mujer necesitaba todo el dinero que ganar pudiera, pues su marido era intelectual, y aportaba muy poco al gasto de la casa. Aceptó entonces ir con el tipo a una habitación. Todo el personal del establecimiento los siguió, y junto a la puerta del cuarto esperaron el desarrollo de los hechos. Creyeron que escucharían gritos desgarrados, tremendos ululatos de dolor. No fue así: nada se oyó. Pasado un tiempo razonable se abrió la puerta y salió Degorreta muy tranquilo. Atrás de él venía la mujer hecha un basilisco; llenaba al tipo de maldiciones y denuestos. "¿Qué sucedió? -le preguntaron sus compañeras a la furcia-. ¿Cómo quería ese hombre?". "¡Igual que todos! -responde la mujer, furiosa-. ¡Pero fiado!"... FIN.