Cada año sin fallar ninguno llegaba a la cantina de aquel barrio, el día último de diciembre, un individuo solitario, y esperaba en una mesa. Entraba a poco un negrazo, se dirigía hacia él y luego de hacerle una profunda reverencia le decía solemnemente: "Tampoco este año manché nada, amo". Luego de decir eso el hombrón de color se retiraba. Entonces el solitario parroquiano se ponía a beber copa tras copa hasta quedar borracho perdido. En una de esas veces el tabernero no pudo contenerse más, y le pidió al bebedor que le explicara -si se podía saber- el sentido de aquella extraña visita, digna de uno de los misterios que proponía Chesterton a través del padre Brown, y la causa de la subsecuente pea anual. El hombre accedió a aclararle esos enigmas. "Hace cinco años -empezó a narrar- iba yo por este barrio, y en un basurero vi tirada una lámpara de forma extraña. La recogí, la froté para limpiarla, y de la lámpara salió un genio de Oriente. Me dijo: ‘Pídeme un deseo, amo. Lo que quieras te voy a conceder’. Pude haberle pedido cualquier cosa: riqueza, mujeres, sabiduría... Pero ¡ah, esta maldita boca mía! Aquello me sorprendió tanto que no me pude contener y dije: ‘¡No manches!’. Ahora cada año viene el genio a informarme que mi deseo está siendo cumplido"... Un hombre fue objeto de una intervención quirúrgica. En su cuarto de hospital se reponía de la anestesia. Abre los ojos y le dice a su mujer: "¡Te adoro!". Ella, halagada, le sonrió al médico, que hacía guardia al lado del enfermo. Poco después el paciente abre los ojos otra vez y le dice a su esposa: "¡Te quiero!". La señora vuelve a sonreír. Pasa media hora. De nuevo el señor abre los ojos y le dice a su mujer: "Te estimo". Ella se desconcierta un poco, pero no comenta nada. Transcurre otro cuarto de hora. El hombre abre los ojos y le dice a la señora: "Te tolero". En eso el médico le dice a la mujer: "Creo que es mejor que salga de la habitación, señora. A su esposo se le están pasando los efectos de la anestesia"... Mi hijo Alejandro, que es gran conocedor de cosas del deporte, me contó lo que le dijo un airado taxista después de la derrota de la Selección Nacional frente al equipo de Estados Unidos. "Señor -le dijo ese taxista-. México tiene 110 millones de habitantes. ¿Qué entre todos ellos no habrá once cabrones, uno por cada 10 millones, que sepan jugar bien al futbol?". Después de la espléndida victoria del equipo mexicano frente a ese coloso que es Brasil, podemos responder afirmativamente a la pregunta del señor taxista. El gol que anotó Nery Castillo, obra maestra de serenidad, destreza, astucia e inteligencia, y el segundo tanto, parábola perfecta de Ramón Morales, son dos de los mejores goles que me ha tocado ver en todos los partidos de futbol que he visto en mi vida. En los tres. Loor a los vencedores en ese partido, que con su entrega compensaron la falta de... todo de los que se fueron a descansar. Desde luego el honor nacional no radica en los botines, tacos, tachones o como se llamen ahora los zapatos que calzan los futbolistas, pero todos nos alegramos con un sonoro triunfo así. Digamos pues con alegría: "¡Ganamos!", y no como dijimos todos después del juego con Estados Unidos: "Perdieron"... El famoso cardiólogo murió, y su esposa quiso que en su funeral fuera recordada la vida profesional de su marido. Hizo decorar la iglesia con pendones que mostraban corazones humanos; había por todas partes ramos de flores en forma de corazón, y al salir el féretro de la iglesia pasó por un gran arco, también hecho de flores, en forma de corazón. Uno de los asistentes al sepelio reía por lo baio al ver aquello. Le pregunta alguien: "¿Por qué se ríe usted?". Contesta el risueño individuo: "Estoy pensando en el decorado que pondrían en mi funeral. Soy ginecólogo"... FIN.