El galán se inclinó sobre su dulcinea y le sugirió algo al oído. Ella se escandalizó. "¡Estás loco! -le grita-. ¡Eres un pervertido sexual! ¿Cómo crees que sería yo capaz de hacer esas degeneraciones?". Enseguida los ojos de la muchacha se entrecierran, y le dice al tipo con tono receloso: "A menos que hayas sido tú el que se robó mi diario"... "Hay días en que somos tan lánguidos, tan lánguidos...". Eso no lo escribió Barba Jacob, pero lo escribo yo. La mañana amaneció atardecida por una vaga, cansina languidez que puso en mí melancolía y murria. Pero en eso llegó a mi casa el cartero. Porque en Saltillo todavía hay carteros. Y Dios los guarde por muchos años más, pues si desaparecen se irá con ellos algo de la asediada poesía que aún queda en el mundo. El cartero me trajo una carta cuyo texto compartiré en seguida con mis cuatro lectores: "... Muy estimado señor Catón: ¡Qué delicia es leer sus libros! Tengo entre mis pocas posesiones una especial riqueza: todos los libros que usted ha editado. Ni uno solo he dejado de adquirir. Acabo de terminar ‘De abuelitas, abuelitos y otros ángeles benditos’. Leí la elegía -pues todo el texto es un poema- dedicada al doctor Torres, cuyos agradecidos pacientes costearon la lápida de su tumba, y pusieron en ella la inscripción: ‘Dr. Francisco Torres Reza. Su consultorio está arriba’. ¡Ojalá a nuestra muerte haya alguien que sienta por nosotros algo parecido! Aquel pasaje en que un amigo le sugiere a otro: ‘Platica con tu padre ahora que lo tienes; no esperes a que esté en el panteón, como hice yo’, me llevó a recordar las muchas ocasiones que desaproveché de charlar con mi padre, pedirle consejos y consentirlo. Al leer la frase: ‘Tú estás contento porque tu hijo aprendió a hablar; yo estoy feliz porque el mío aprendió a callar’, evoqué un dicho de mi madre: ‘En dos años aprendí a hablar. Tengo 80 y todavía no he aprendido a callar’. Yo, señor Catón, nací en el año 1929. Es decir, junto con mi planeta Tierra he dado ya 77 veces la vuelta alrededor del Sol. A veces me siento muy cansado, y vivo en carne propia la sentencia según la cual si a los 70 años no te duele algo al levantarte es porque ya estás muerto. Sin embargo al leer su libro se da uno cuenta de lo mucho que todavía puede uno hacer en este pícaro mundo. No he de repetir todos los pasajes que me cautivaron de su libro. Algunos me hicieron recordar una frase de García Márquez en la carta que describió como despedida a sus amigos. Dice así: ‘... A los hombres les probaría cuán equivocados están al pensar que dejan de enamorarse cuando envejecen, sin saber que envejecen cuando dejan de enamorarse’... Un abrazo". Y firma don Alberto Celorio Blasco, de Matehuala, San Luis Potosí. Cartas como ésta, palabras como ésas bastan para clarear el más opaco día con el claror que tiene quien pone su bondad en los demás. Guardaré con afecto este mensaje cuya respuesta es el agradecimiento, con un abrazo que por la carretera 57 llega hasta Matehuala. Yo, don Alberto, puedo decir lo mismo que dijo aquel citado ya Barba Jacob en un poema poco conocido que en México escribió y que se llama "Canción del día fatigado": "Por campos de Jalisco, por predios de Sayula / -donde llovía a cántaros- ensueños fui a espigar. / Cantaban unos jóvenes, y sus bellas canciones / las muchachas del pueblo salían a escuchar. / Busco una vida simple y, a espaldas de la Muerte, / no triunfar, no fulgir: oscuro trabajar / pensamientos humildes y sencillas acciones / hasta el día en que ¡al fin¡ habré de reposar..."... Un individuo le comenta a otro: "Según una estadística, el 90 por ciento de los hombres hacen cosas consigo mismos cuando están en la bañera. Sólo el 10 por ciento de ellos se ponen a pensar. Y ¿sabes qué es lo que piensan?". Contesta el otro: "No sé". Y dice el primero: "Ya me lo suponía"... FIN.
