La guapísima vendedora de utensilios de cocina, una morenaza exuberante y curvilínea, le pregunta al señor que abrió la puerta: “¿Está en casa su esposa?”. “Sí está -responde el tipo-. ¿Podrías volver más tarde?”... Eglogio, granjero joven, nunca había ido a la gran ciudad. Fue por primera vez, y visitó un bar de rompe y rasga. Ahí vio a una mujer alta y fornida. Fue hacia ella y le dijo: “¿Me acepta usté una copa?”. La mujer lo miró con desdén y contestó: “¿No tienes ojos? Soy lesbiana”. “¿Qué es eso?” -pregunta desconcertado el mocetón. “Te lo diré -replica ella-. ¿Ves aquella linda muchacha que está en el extremo de la barra? Pues me gustaría hacer el amor con ella”. El granjero pone cara de bobo. “¿Qué te pasa?” - pregunta la mujer. Responde el mocetón: “Acabo de descubrir que yo también soy lesbiano”... Susiflor le dice al galán que la asediaba con torpes solicitaciones: “Es inútil que insistas, Libidiano. Jamás podrás entrar en mi corazón”. “Entonces no hay problema -contesta el salaz tipo-. La verdad es que no es ahí donde quiero entrar”... Los indios pieles rojas estaban en lo más alto de un acantilado desde el cual se dominaba todo el valle. Aparece a lo lejos el tren, con la máquina de vapor echando al cielo sus negras nubes de humo. Y dice con envidia uno de los pieles rojas a sus compañeros: “¡Lo que inventan estos malditos caras pálidas! ¡Ya tienen máquinas de escribir!”... La mamá de Pepito le comunicó a su esposo que al niño le había dado por decir “pendejo” a todas horas. El señor llama al precoz infante, se lo sienta en el regazo y le dice: “Te voy a dar 100 pesos si ya no dices la palabra ‘pendejo’”. “Me parece muy bien -acepta Pepito-. Pero quiero que sepas que ayer aprendí otra palabra que te va a costar 500”... ¿Quiénes serán los santos patronos de los abuelos y de las abuelas? Supongo que San Joaquín y Santa Ana, padres de María y por tanto abuelitos de Jesús. A ellos doy las gracias, y a mis cuatro lectores, por la gran aceptación que ha tenido mi más reciente libro: “De abuelitas, abuelitos y otros ángeles benditos”, publicado por esa noble casa, Diana, del Grupo Editorial Planeta. Sucede que a pocas semanas de haber visto la luz se está agotando la primera edición de la obra, y ya se prepara la segunda. Me pregunto qué hay en ese libro que tan buena recepción ha tenido. Pienso que la gente se dio cuenta de que entre todas las obras que llevo publicadas ésta es en la que más presente de cuerpo y alma estoy. En efecto, este libro, más que haberlo escrito yo, soy yo. Es mi acción de gracias por haber recibido -sin merecerlo- el precioso regalo de ser abuelo. “...Si estos preceptos y estas reglas sigues -le dijo don Quijote a Sancho refiriéndose a las reglas y preceptos de una vida buena- serán luengos tus días; tu fama será eterna; tus premios, colmados; tu felicidad, indecible; (...) vivirás en paz y beneplácito de las gentes, y en los últimos pasos de la vida te alcanzará el de la muerte en vejez suave y tranquila, y cerrarán tus ojos las tiernas y delicadas manos de tus terceros netezuelos...”. Con los primeros he tenido yo para llenar mi vida y para no temer la llegada de la muerte. Esa serenidad y gozo los puse en las páginas de mi libro. Muchos padres lo han comprado para sus padres; muchos nietos para sus abuelitos. Yo se los agradezco. Y a Dios le doy las gracias por dejarme compartir con tantos abuelitos y abuelitas la gloria de tener nietos, que es la versión humana de la vida eterna... FIN.