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De Política y Cosas Peores

Catón

Doña Macalota, nueva rica, fue a una fiesta en casa de la señora Panoplia, dama de la alta sociedad. En conversación con ella dice la linajuda dama: “Me encanta el tenor Faloponne. Lo que más me gusta de él es su Rigoletto”. Doña Macalota se interesa. Pregunta en voz baja: “¿Cómo lo tiene?”... Comentaba una señora con orgullo: “Mi marido es campeón de polo”. Inquiere Babalucas: “¿Norte o Sur?”... Jactancio, joven elato, o sea presuntuoso, pasó en el bar al lado de una chica. Le dice con acento de jaque seductor: “Con permiso, guapa”. No se dio cuenta de que junto a la muchacha estaba su novio, un toroso individuo de 2 metros de altura. El hombrón coge por las solapas a Jactancio y le reclama airado: “¿Cómo dijiste, gusano?”. Tragando saliva responde el insolente: “Dije: ‘Con permiso, guapa...sar”... El señor regresó a su casa del trabajo, y al entrar vio a su mujercita vestida únicamente con un vaporoso negligé. Tenía en la mano la coctelera con los martinis, y en la estufa un guiso cuyos aromas incitantes llenaban el ambiente. Al ver todo eso el marido pregunta, suspicaz: “¿Significa todo esto, Proserpina, que otra vez chocaste el coche?”... Himenia Camafría, madura señorita soltera, le dice a su amiguita Solicia Sinpitier, también célibe otoñal, como ella: “No, Solicia. Definitivamente no creo que si ponemos en la puerta de la calle la palabra ‘Hombres’, como en los baños, alguno pueda entrar”... La buena fama del hombre que gobierna no se hace con discursos ni con acciones de efecto o aparato. Esa imagen se forma con trabajo. El trabajo no necesita de estrepitosas pirotecnias para mostrar sus frutos. Un gobernante ha de ganarse la confianza de los gobernados, y para eso no sirven ficciones ni espejismos; cuenta sólo la realidad, la consistencia de los hechos. Hay hombres públicos que se preocupan mucho por su imagen, pero olvidan que más que la imagen cuenta el hombre. Debería haber una ley que prohibiera ese cúmulo de anuncios espectaculares que usan los políticos para promover su imagen. Desde luego esa ostentosa propaganda personal no la pagan ellos: la pagan los contribuyentes. A más de dar la idea de un país subdesarrollado, tales anuncios en nada benefician a la comunidad. Cuando desaparezcan no sólo se acabará una absurda lacra de nuestra vida pública: también mejorará el paisaje... El director del observatorio meteorológico llama al encargado de los pronósticos del tiempo. “Oiga, Pifio -le dice-. Antes era usted muy atinado; siempre sabía cuándo iba a llover. Ahora no acierta nunca. ¿Qué le pasa? ¿No sirven ya nuestros aparatos? La información que recibimos por satélite ¿ha dejado de ser clara?”. “No, jefe -responde Pifio-. Lo que pasa es que ya me curé de las reumas”... El padre Arsilio llegó a la dulcería y le dijo a la encargada: “Hace unos días me regalaron un kilo de chocolates comprados aquí, y tenían adentro una agüita muy sabrosa”. “Ah, sí -responde con una sonrisa la mujer-. Son chocolates rellenos de brandy”. “Pues me gustaron mucho” -dice el anciano sacerdote. Ofrece la empleada: “¿Quiere usted otro kilo de esos chocolates, padre?”. “No, -responde él-. Quiero unos 5 litros de ese rellenito”... El señor regresa muy apesadumbrado de su visita al médico. Le cuenta a su mujer: “Dice el doctor que no puedo fumar; que no puedo beber; que no puedo desvelarme; que no puedo hacer el amor...”. Pregunta la señora: “Y eso último ¿cómo lo supo?” ... Un individuo acude ante el juez de lo familiar y le dice que quería divorciarse. Pregunta el juzgador: “¿Por qué?”. Responde el individuo: “Mi pareja me engañó”. “Ah, vaya -dice el juez-. Adulterio”. “No -aclara el sujeto-. Me dijo que era mujer”... FIN.

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