El padrecito recién ordenado iba a predicar un sermón sobre el infierno. Para juzgar la calidad de su homilía el cura párroco se sentó en primera fila. Y comenzó su perorata el émulo de Fenelón. Dijo: “El infierno, hermanos, está lleno de todas las cosas que hacen la perdición de los humanos: cigarros, vino, música estridente, mujeres con bikinis de una sola pieza, vedettes, bailarinas exóticas, chicas con minifalda y blusas transparentes...”. Desde su banca le dice en voz baja el señor cura: “Ya no le sigas, Arsilio. ¡Hasta a mí me están dando ganas de ir allá!”... Subió al autobús doña Prolifia acompañada por sus doce hijos. Con ellos subió un señor del barrio, don Geroncio, que se apoyaba en su bastón. Alcanzaron asiento doña Prolifia y todos sus retoños, pero don Geroncio ya no encontró donde sentarse, y debió ir de pie. En una frenada que dio el autobús el pobre señor trató de detenerse con su bastón, pero como éste no tenía contera resbaló en la lámina del piso, y don Geroncio vino al suelo. “¡Caramba, señor! -dice muy apenada doña Prolifia-. Si le hubiera puesto usted un hulito a su bastón no se habría resbalado”. Responde don Geroncio con rencor: “¡Y si su marido se hubiera puesto un hulito ya sabe usted dónde, yo habría alcanzado asiento!”... ¿Qué haríamos si supiésemos que alguien nos estaba envenenando lentamente? Yo por lo pronto haría: “Gulp”. Luego, naturalmente, tanto usted como yo denunciaríamos al criminal que así atentaba contra nuestra vida, y evitaríamos a toda costa seguir consumiendo el veneno que paulatinamente nos estaba administrando. Pues bien: eso hacen con nosotros y con nuestros hijos los dueños de esos autobuses urbanos que despiden venenosos humos que no sólo vuelven irrespirable el aire en la vía pública, sino además causan gravísimos daños a la salud de las personas, hasta el punto en que pueden provocar en ellas enfermedades mortales, como el cáncer. Es verdaderamente criminal la forma en que esos vehículos contaminan el ambiente sin que ninguna autoridad haga nada por evitar el abuso, como si los humos de tales camiones fuesen un fenómeno de la Naturaleza imposible de evitar. Los concesionarios de rutas de transporte urbano deben afinar los motores de sus vehículos y usar combustibles adecuados. Las autoridades correspondientes, por su parte, han de tomar cartas en el asunto. Y más no digo, porque ya estoy muy encaboronado, y además estoy tosiendo... El señor cura reprendía al borrachín del pueblo. “Ya no bebas tanto, Empédocles -le decía en tono de paternal admonición-. Cuando sientas ganas de beber piensa en tu esposa”. Responde el borrachín: “Siempre pienso en ella antes de entrar en la cantina, padrecito; pero las ganas de beber son tantas que hasta el miedo se me quita”... Babalucas fue invitado a comer en casa de doña Panoplia, dama de la alta sociedad. Al término del ágape le dice ella con fina cortesía: “¿Le gustaron las ostras al limón, amigo mío”. Responde Babalucas: “Me parecieron exquisitas; un platillo verdaderamente excepcional. No recuerdo haber probado algo tan sabroso en mucho tiempo. Felicite a su cocinero de mi parte”. Le pregunta doña Panoplia con la misma esmerada educación: “¿Quisiera usted repetir?”. Y dice Babalucas: “Me parecieron exquisitas; un platillo verdaderamente excepcional. No recuerdo haber probado algo tan sabroso en mucho tiempo. Felicite a su cocinero de mi parte”... El marino y la muchacha cuyo barco naufragó tenían ya cinco meses en la isla desierta. Le dice la chica al marinero tendiéndose de espaldas sobre la arena: “Está bien, Nautilo. Te voy a dar crédito otra vez. Pero recuerda que ya me debes 856.902 pesos con 65 centavos”... FIN.