Un rancherito fue por primera vez a la capital. Le advirtieron que se cuidara mucho, ya que la gran ciudad estaba llena de ladrones. Llegó a la urbe y decidió ir a una sastrería a hacerse un traje. El sastre empezó a tomarle las medidas, y fue dictándolas a su ayudante. Le midió el cuello: “-Diecisiete” -dictó. La cintura: “Treinta y ocho”. Luego puso la mano en la entrepierna del rancherito para medir el largo del pantalón. Dijo el sastre: “Ciento uno”. “¡Caramba! -exclamó desolado el pueblerino-. ¡Ya me robaron el otro!”... Un pobre tipo estaba en el hospital todo golpeado, vendado de la cabeza a los pies como una momia. “¿Qué te pasó? -le preguntó un amigo que fue a visitarlo-. ¿Por qué estás así?”. “Me dio tos” -respondió el tipo con lastimera voz que apenas se escuchaba. Dice el amigo: “Nadie se pone así por una tos”. Explica el lacerado: “Es que la tos me dio dentro del clóset de una señora en el momento en que llegó el marido”... Hay quienes hablan de “el México profundo”, y lo hacen con admiración. Ese tal “México profundo”, llamado también “México bronco”, es, por ejemplo, el de los macheteros de Atenco, el de los rufianes de la APPO, el de los mal llamados “maestros” de la mal llamada Coordinadora. Si tal es el México profundo debemos repudiar su profundidad. La violencia y la ilegalidad son algunos de los peores males entre los males peores que tienen a nuestro país en la postración. A la justicia no se llega por el desorden, y ese tal “México bronco” se finca en la anarquía, la irresponsabilidad, la falta absoluta de conciencia cívica y el desprecio al derecho de los demás. Quienes forman parte de ese lamentable México son gente que no trabaja, acostumbrada como está a sacar adelante sus pretensiones ejerciendo presión sobre una autoridad que ha renunciado a serlo. Si ese México profundo se profundiza más, todos nos vamos a hundir junto con él... Aquellos casados tenían su enésima discusión. “¡Debí haberle hecho caso a mi mamá y no casarme contigo!” -grita la mujer. “¿Tu mamá no quería que te casaras conmigo?” -pregunta con sorpresa el marido-. ¡Dios mío! ¡Qué injustamente he juzgado todos estos años a esa pobre mujer!”... En el restorán el elegante señor pidió hablar con el gerente. “Lo felicito -le dice-, por la limpieza que priva en su cocina”. “Muchas gracias, señor -responde el individuo-. Pero no he visto que haya entrado usted a nuestra cocina alguna vez. ¿Cómo sabe que está tan limpia?”. Explica el cliente: “Porque todo lo que sirven aquí sabe a jabón”... La señora le pregunta con intención a su marido: “¿Verdad que la vecina se viste muy bien?”. “No sé -contesta él-. Nunca la he visto vestirse”... Un hombre joven fue con el doctor. Le dice: “Últimamente me he sentido muy cansado”. Pregunta el médico: “¿A qué atribuye usted esa fatiga?”. “No sé -responde el muchacho-. Probablemente a que hago el amor todos los días”. “Es demasiado -indica el facultativo-. Suspenda eso inmediatamente”. “Pero doctor -protesta el muchacho-. No puedo dejar el sexo así, tan de repente”. “Está bien -concede el médico-. Entonces cásese. Así lo irá dejando poco a poco”... Pirulina, muchacha de amplio criterio y generosidad más amplia todavía, decidió cambiar de vida y volver a la senda de la virtud y el bien. Convenció a una amiga y juntas asistieron a un retiro espiritual que duraría una semana. Al sexto día dice Pirulina: “Mis piernas ya han de estar aburridas una de otra. Jamás habían estado juntas tanto tiempo”... FIN.