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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Al final de esta columnejilla aparece la vituperable narración que lleva por título “La receta”. Nadie debería leer semejante badomía, resumen de todas las desvergüenzas, descaros, desfachateces y descomedimientos que en el mundo hay... Sonó el clarín que anunciaba el principio de la corrida de toros; apareció el matador en la puerta de cuadrillas y echó atrás la cabeza en gallardo gesto de saludo. Con el brusco movimiento la montera se le desprendió de la cabeza, pero rápidamente el matador echó la mano atrás y la pescó. "Suerte, mataó" -le dice el peón que estaba atrás de él. "Grazia" -responde con acento andaluz el diestro. Y apretando con fuerza la montera que llevaba a su espalda echó a caminar por medio del anillo de la plaza. "Suerte, mataó" -repitió el subalterno. "Grazia" -dijo otra vez el diestro al tiempo que apretaba más fuertemente la montera. "Suerte, mataó" -insistió el otro. Aquella machaconería disgustó al torero. "Hablar menos, gachó -le dijo al otro sin volver y sin dejar de caminar-. Ya me has deseado suerte por tres veces". "No, mataó -le dice el peón con mucho apuro-. Le digo que suerte. ¡Lo que agarró no es la montera!"... Entonemos un requiescat lamentoso por la muerte de un espécimen que quizás existió alguna vez: el servidor público. Quienes ahora detentan poder, autoridad o representación han olvidado la naturaleza esencial de su función, que es de servicio. Al parecer el ciudadano es a sus ojos un ente desdeñable, pues lo someten toda suerte de vejaciones, abusos y malos tratos. Lo que hizo la autoridad del Distrito Federal cuando se decretó una emergencia ambiental, cerrar sin aviso las entradas al DF a los automóviles foráneos, es cosa que no tiene nombre. Los gobernantes deben tener en cuenta siempre que fueron electos por los ciudadanos para su servicio, y pensar en ellos antes de tomar cualquier decisión, pues ordinariamente piensan más en la política que en la ciudadanía... Después de este breve ejercicio de predicación en el desierto sigue ahora el execrable cuento que arriba se anunció: “La receta”. Nadie que tenga sentido de la moralidad pose sus ojos en ese vitando chascarrillo... Babalucas era muchacho ingenuo, candoroso, sin ciencia de la vida. Igualmente cándida e ingenua era Bobilia, la joven a quien desposó. Transcurrió el tiempo, y la pareja no daba trazas de recibir visita de cigüeña. Fueron ambos con un médico especialista en trastornos de la fertilidad. El facultativo los sometió a toda suerte de análisis y estudios, a cuyo término les informó: “Los dos están sanos y en aptitud de tener hijos. No sé por qué no encargan. Me gustaría, sin embargo, ver cómo hacen el amor”. Los citó al día siguiente en su consultorio, y ahí Babalucas y Bobilia realizaron su amorosa unión en presencia del especialista, que los instruyó en el sentido de que la realizaran como lo hacían siempre. Acabadas que fueron las acciones el médico escribió en su recetario, y dio la hoja a Babalucas. Fueron los dos a una farmacia. Le pregunta él al farmacéutico. “¿Tiene Esporelo?”. Buscó el hombre en sus anaqueles, y no encontró el producto. Revisó su vademécum, que así se llama el libro donde están los nombres de los medicamentos en uso, y tampoco ahí encontró el que le pedía Babalucas. “Lo siento -le dice-. No existe ese producto, el Esporelo”. “Sí existe -replica Babalucas-. Y debe ser trolado. Aquí está la receta del doctor. Mire: ‘Esporelo trolado’”. Ve la receta el farmacéutico y le dice a Babalucas: “Leyó usted mal”... (No le entendí. Ni entiendo por qué el ingenuo badulaque y su cándida esposa no habían tenido familia)... FIN.

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