Esta es la edificante, aleccionadora y ejemplar “Historia del marido que se volvió imperioso”. Cierto sujeto tuvo en el bar una conversación con amigos que lo aconsejaron mal. Movido por aquella insana plática llegó a su casa y plantándose frente a su esposa le dijo con tono enérgico y fiera determinación: “¡Esto se acabó, Gorgolota! ¡De hoy en adelante yo seré el jefe de esta casa! ¡En todo se hará mi voluntad! ¡Si quiero un whisky tú me lo servirás! ¡Si tengo antojo de crepas tú me las cocinarás! ¡Si quiero un baño de tina con burbujas tú me lo prepararás! ¡Si necesito un masaje en los pies tú me lo darás! Y para demostrarte que desde hoy se hará aquí mi santa voluntad en este mismo momento me voy a poner un traje y me voy a ir yo solo a cenar a un restaurante. ¿Y sabes quién me va a hacer el nudo de la corbata?”. “Sí -contesta ella con ominosa voz-. El hombre de la funeraria”... Llega un viejito con el médico de la institución de salud pública. “Doctor -le dice-. No puedo hacer pipí”. “¿Qué edad tiene?” -le pregunta con tono cortante el facultativo. “Ochenta años” -responde el ancianito. “¿Y qué no ha hecho ya bastante?” -lo reconviene el galeno... La señora estaba muy sentida con su marido. Le dice gemebunda: “No te acordaste de mi cumpleaños, Poseidón”. “Pero, Burcelaga -se justifica él-. ¿Cómo quieres que recuerde eso, si cada año que pasa estás igual?”... Marcelo Ebrard carga a López Obrador como quien lleva encima un yunque. Lo trae atado al cuello, igual que cadena de forzado, y se resigna a esa sujeción como el penado se allana a su castigo. No tiene vida propia Ebrard: pese a ser gobernante de una de las ciudades más grandes del mundo parece alcalde de aldea sometido a los dictados de un monarca. Es político, sin embargo, el Jefe de Gobierno del Distrito Federal y seguramente por ahora transige con lo inevitable en espera del momento oportuno de sacudirse la rémora que hoy tanto le estorba. Mientras tanto, sin embargo, Ebrard está haciendo un pobre papel; se le ve como sumiso representante de alguien más poderoso que él y cumplidor obsecuente de su voluntad. Eso de no reconocer a Calderón es un mayúsculo dislate, inconsecuencia absurda que se presta a la risa. La política, es cierto, tiene exigencias duras. Pero la propia dignidad no ha de sacrificarse. Si quiere tener futuro Ebrard debe apartarse de quien va siendo ya cosa del pasado... Un borracho cayó desde el primer piso de un edificio. “¡Pronto! -clama una bondadosa dama al verlo conmocionado en el suelo-. ¡Tráiganle un vaso de agua!”. “¡Agua! -masculla con enojo el borrachín-. ¿De qué piso se tiene uno qué caer pa’ que le traigan tequila?”... El señor supo finalmente, y sin lugar a dudas, que su mujer se veía con otro hombre. Más aún: se enteró del nombre del sujeto en cuestión. Deseando tratar el asunto en forma civilizada le escribió una carta: “Estimado señor: He tomado conocimiento del hecho de que desde hace algún tiempo mantiene usted una amistad íntima con mi esposa. Lo espero el próximo viernes a las 17 horas en el hotel Mesaline a fin de tratar este delicado asunto”. El tipo le contesta de inmediato: “Recibí su atenta circular del día de ayer. Con mucho gusto asistiré a la convención”... Un sujeto le dice a otro: “El maestro Gutierre Tibón opina que el ombligo es centro erótico”. “¡Mira! -se sorprende el otro-. ¡Yo encuentro mucho más erotismo en otros sitios de la periferia!”... FIN.