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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

En buena parte, hay que reconocerlo, el alcoholismo es estimulado por la propaganda de la televisión. En todos los países los anunciantes cumplen la norma establecida por las autoridades correspondientes en el sentido de advertir que el consumo excesivo de su producto es nocivo para la salud. Pero el peso del mensaje publicitario es tal, tan atractivamente se presenta el acto de beber, que aquel admonitorio aviso pasa prácticamente inadvertido, y en el auditorio queda la idea de que para divertirse, para reír, para vivir una vida social activa, para ser aceptado, es necesario antes beber. Mejor sería que en todas partes se adoptara la medida que han tomado los países más avanzados y más conscientes de los riesgos de consumir alcohol: restringir severamente en la televisión la publicidad de bebidas alcohólicas, o eliminarla por completo. Si no se hace eso seguiremos viendo casos como los que a continuación se citan... A altas horas de la noche iba un ebrio dando traspiés por la vía pública. Le dice un policía: "¿Puede explicar por qué anda en la calle a estas horas?". Responde el tipo: "Si tuviera una explicación me iría a casa"... Aquel tipo era un briago tan notorio que todo mundo le decía "El borracho del pueblo". ¡Y eso que vivía en Nueva York!... El cuñado del alcalde de aquella ciudad era algo dado a empinar el codo. Un día estrelló su automóvil contra un poste, y lo llevaron a la comisaría. "¿Saben quién soy?” -preguntaba ahí indignado. Le ordena el oficial de guardia a un empleado: "Llama por teléfono a la presidencia municipal, para que le avisen al alcalde que aquí tenemos a su cuñado, y que anda tan borracho que ni siquiera se acuerda de cómo se llama”... Ese cuento se parece a otro, éste alusivo a un junior al que detuvieron también por manejar su coche en estado inconveniente. "¿No saben quién es mi padre?” -preguntaba con actitud de prepotencia. "No -le responde un oficial-. Pero si quieres te ayudamos a averiguarlo”... Llegó un sujeto bien borracho a su casa a altas horas de la madrugada. "¡Ábreme, viejita!" -gritaba suplicante ante la puerta-. "¡Lárgate, viejo borracho" -le grita con destemplada voz su consorte, furibunda-. ¡Vete de aquí, beodo, briago, dipsómano, azumbrado, temulento, ebrio, chispo, alcoholizado, pellejo, mamado, borrachín! ¡Vete!". "Ábreme, por favor, mi cielo -insiste el catavinos-. Te traigo una sorpresa". "¿Qué sorpresa es ésa?" -pregunta curiosa la mujer al tiempo que entreabría la puerta para ver. "¡Me saqué en una rifa una estufa y un trinchador!" -anuncia alegremente el tartajoso tipo. "¿Dónde están? -inquiere la mujer-. No veo nada de eso". "Con esta ficha los puedo reclamar -dice el borracho entregándole una corcholata de refresco-. Mira, lee: Estufa y trinchador". "-¡Qué estufa y trinchador ni qué tus narices! -se enfurece la mujer-. ¡Aquí dice ‘Estudia y triunfarás’!"... Los cinco amigos terminaron de beber, y cantando alegremente se dispusieron a subir al coche para regresar a casa. Uno de ellos le dice a otro: "Tú maneja, Empédocles. Estás demasiado borracho para cantar"... El oficial del Registro Civil le dice muy molesto al borrachín que lo visitaba en su despacho: "Le suplico que no siga viniendo cada semana, señor Etílez. Ya le dije una y otra vez que su contrato de matrimonio no ha vencido. Los contratos matrimoniales no tienen fecha de vencimiento"... FIN.

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