El predicador tenía fama de que se alargaba demasiado en sus sermones: más de una hora los hacía durar. Cierto domingo fue a la iglesia de un pueblo vecino a predicar. Cuando entró en el templo se dio cuenta, al mismo tiempo molesto y consternado, de que los presentes no llegaban a diez. Comoquiera pronunció su sermón. Al terminar le preguntó irritado al encargado de la iglesia: "¿No les avisó usted a los fieles que yo predicaría este domingo?”. "Yo no les dije nada -se defiende el encargado-. A lo mejor alguien rajó leña”... La muchacha llegó despeinada y con las ropas en desorden. "¿Qué te sucedió?” -le pregunta alarmada la amiga que vivía con ella. "Fue mi novio Fornicio -responde la chica-. Estábamos en su departamento, y me dijo que iba a apagar la luz para ver la televisión. Demasiado tarde recordé que no tiene televisor”... Aquel extranjero no hablaba bien el español, y se desesperaba porque los jornaleros que había contratado para una obra no le hacían caso. "No deje usted que se le trepen -le aconseja un amigo-. Cada vez que quieran pasarse de listos dígales que vayan a tiznar a su madre”. El tipo apuntó en su libreta esa sonora expresión. Al día siguiente, cuando los trabajadores comenzaron a darle problemas, el hombre sacó su libretita, la consultó rápidamente y luego les dijo con gran énfasis: "¡Vayan a tiznar a mi madre!”... No hablo, no, de las diversas denominaciones protestantes, tradicionales e históricas, respetables, cuya presencia en México data ya de muchos años. Hablo de extrañas sectas venidas de los Estados Unidos que aprovechando la extrema pobreza de nuestro pueblo imbuyen a la gente doctrinas absurdas y hacen prosélitos merced a los regalos y dádivas que entregan. Eso está sucediendo en todo México. He visto a los propagandistas de esos grupos lo mismo en las colonias proletarias de las grandes ciudades -México, Guadalajara, Monterrey- que en las pequeñas aldeas indígenas de la sierra de Chiapas y de Michoacán o en los ranchos campesinos de Coahuila y San Luis Potosí. No se dan descanso en su labor; cada día miles de mexicanos son iniciados en alguna de esas sospechosas agrupaciones A mí me preocupa que a los mexicanos les quiten su identidad nacional, que les cambien sus costumbres y les trastornen sus modos de ser comunitarios. Eso sucede sobre todo entre los indígenas, donde es particularmente intensa -motivos habrá para ello- la actividad de aquellos apóstoles pagados con dólares. Nadie puede predicar aquí la intolerancia religiosa; por fortuna no tenemos una religión de Estado. Conviene, sin embargo, señalar los riesgos de una labor que, disfrazada de culto religioso, tiende en verdad a debilitar los valores en que se finca la posibilidad que tiene una nación de mantenerse -y defenderse- como tal. No es ésta una alarma sin fundamento. Basta ver lo que en el sureste han hecho supuestas asociaciones lingüísticas que sólo han servido para sembrar la división y la discordia... Un muchacho se alistó en el ejército. Su abuelo, antiguo soldado, le envió una carta: “Ahora que vas a servir a tu patria conserva siempre el decoro y honor de la familia. Obedece a tus superiores; cumple tus deberes con puntualidad, y obra en todo con nobleza y espíritu de sacrificio. Otro consejo quiero darte. En los permisos que te darán irás a ciudades extrañas en las que hay siempre una calle llena de tabernas donde se vende licor barato, y donde hay lupanares con mujeres exóticas y pervertidas. Cuando te veas en una de esas ciudades, hijo mío, ¡busca inmediatamente esa calle! ¡La pasa uno a todo dar!”... El papá hablaba con su hija acerca de temas sociales y políticos. "Las minorías merecen respeto” -le decía-. "¡Qué bueno que pienses eso, papi! -responde alegremente la muchacha-. Leí que en este país el 60 por ciento de las mujeres solteras menores de 21 años son vírgenes. ¡Y desde anoche yo estoy en la minoría”... FIN.