Pompelia, una chica del barrio, era muy dada a hacer dación de sus encantos. Jamás se supo de ella que a ningún caminante hubiese negado un vaso de agua. A causa de esa dadivosidad resultó un poquitín embarazada. Un cierto vecino suyo de nombre Libidiano había tenido con ella dimes y diretes. Cuando se enteró de la preñez de la muchacha dijo muy preocupado: “¡Caramba! ¡Espero que la criatura no sea mía!”. La hermana de Libidiano, Dulcilí, no conocía nada de la vida. Su candidez era seráfica, su ingenuidad angelical. Sin embargo también ella tuvo diretes y dimes con su novio, y por efecto de esa íntima conversación se vio igualmente en estado de buena esperanza. Al darle a conocer el ginecólogo el resultado de su examen Dulcilí recordó la frase de su hermano, y exclamó a su vez con inquietud: “¡Caramba! ¡Espero que la criatura no sea mía!”. (¡Inocente!)... Dos abogados entraron en una cafetería. Pidieron un refresco y luego cada uno sacó de su portafolios un sándwich. Llegó corriendo la mesera. “¡Oigan! -les indicó enojada-. ¡No pueden comer aquí sus propios sándwiches!”. “Muy bien” -se encogieron de hombros los abogados, como sin entender aquella disposición. Y en seguida los dos intercambiaron sus respectivos sándwiches... Afrodisio Pitonier, hombre salaz y voluptuoso, le hizo una proposición de contenido erótico a Castalina, muchacha muy decente. Ella, ofendida, respondió: “Por favor, no confunda”. “Está bien, linda -accede el rijoso galán-. Lo haremos sin funda”... "Estamos como estamos porque somos como somos". La frase es del famosísimo Filósofo de Güémez, y expresa una verdad palmaria, paladina, impepinable. Uno de los grandes problemas de México es que los mexicanos vivimos en la ilegalidad, y en ella nos sentimos como el pez en el agua. En cierta ocasión un cierto amigo mío que iba en su automóvil fue detenido por un policía de tránsito. Al parecer se había pasado un semáforo en ámbar. A la sazón privaban dos lemas oficiales en la propaganda pública. Uno proponía la renovación moral de la sociedad; el otro hacía alusión a la simplificación administrativa. El supradicho agente sacó su libreta de infracciones, pero antes de aplicar la que correspondía a mi amigo le preguntó, obsequioso. "No quiero que pase usted molestias indebidas, caballero. Dígame: ¿qué prefiere? ¿La simplificación administrativa o la renovación moral de la sociedad? Mi amigo, cumplido ciudadano que aquella mañana iba de prisa, respondió que en esa ocasión su preferencia se inclinaba más bien hacia la simplificación administrativa. En apego a ese lema el agente lo dejó ir sin multa a cambio de una rápida entrega pecuniaria. Esa veraz anécdota ilustra el desprecio que sentimos por el orden jurídico, desdén que igual se mira en los niveles callejeros que en las más altas esferas oficiales, si me es permitido usar ese esférico clisé. La ley es letra muerta, se puede bien decir en uso de otra frase ya manida. Un individuo que porta cubeta y trapo se apropia de una calle, la vuelve su posesión particular y exige a los automovilistas una cuota por dejarlos estacionarse ahí. Otros sujetos que a nada se sujetan toman por la violencia una ciudad -eso pasó en Oaxaca- e imponen ahí su propia ley, la del desorden. Y nosotros miramos con naturalidad esas acciones que hablan de anarquía e impunidad, y que, multiplicadas en todos los niveles de la vida comunitaria, convierten a la legalidad en cosa inexistente. Hacer las cosas "a la mexicana" significa hacerlas como me dé la gana. ¿Cuándo aprenderemos a respetar la ley? ¿Cuando será nuestro país un estado de derecho? Y una última pregunta: ¿cuál es la capital de Dakota del Sur?... FIN.