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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Hay quienes son intolerantes al defender la tolerancia, pero ésta es una de las mejores virtudes que cualquier individuo o sociedad pueden practicar. En México nos hace falta una buena dosis de tolerancia. Abundan aquellos que repiten las palabras de Paul Claudel, literato excelente, pero muy dado a las intransigencias. Cuando se le pedía tolerancia el escritor de la derecha extrema respondía frunciendo el ceño y otras cosas: "¿Tolerancia? ¡Para eso hay zonas!". Algunos toleran las nuevas ideas a condición de que sean iguales a las antiguas. Por eso en México vemos con frecuencia casos de intolerancia lo mismo entre los derechistas que entre la izquierda que presume de tener amplio criterio. En estos días, por ejemplo, los libros de texto aprobados por la SEP para la asignatura de Biología en primero de secundaria vuelven a ser objeto de censura por parte de agrupaciones de variadísimos membretes cuyos miembros piensan que informar a los niños y jóvenes acerca de la sexualidad equivale a incitarlos a realizar el sexo. Por su parte las izquierdas ponen el grito no sé dónde, pues en el cielo no acostumbran, porque el gobernador de Guanajuato participa en una misa. Pretenden resucitar así resabios de un jacobinismo imperfectamente muerto y sepultado, pues muchos echaron anclas en el liberalismo decimonónico y no practican -y ni aun conocen- las nuevas formas de actuar en modo liberal. Yo soy cotidiano practicante de la tolerancia (tengo 42 años de casado), y procuro ser tolerante con los demás en la esperanza de que ellos lo sean conmigo. Por eso me preocupa toda actitud que parta de fundamentalismos religiosos o políticos. En lo único que debemos ser fundamentales es en nuestra aspiración de crear todos juntos una sociedad mejor, más generosa y justa, donde podamos vivir en paz y buscar nuestra plenitud humana... Dicho lo anterior procedo a narrar el deplorable sucedido que a Empédocles Etílez le ocurrió. Ya se sabe que este sujeto es el ebrio más ebrio del condado. Lo que se ignora es que su esposa aprovecha sus ausencias de beodo para recibir en el domicilio conyugal visitas íntimas. En ese trance se hallaba cierta noche cuando, inesperado, llegó a la casa Empédocles y entró en la alcoba. Los amantes se cubrieron hasta la cabeza con la colcha del lecho del pecado, para no ser vistos, pero los pies les quedaron de fuera. Se acostó en la cama el temulento, y vio entonces algo que lo inquietó bastante. Se estregó los legañosos ojos y dijo a su mujer: "¿Qué está pasando aquí? Cuento en la cama seis pies". Replica la mujer: "Vienes tan borracho que no ves bien las cosas. Levántate y cuenta bien". Lo hace Empédocles; se levanta, cuenta y luego dice satisfecho: "Ah, sí: son cuatro pies; los tuyos y los míos. Había contado mal". Y así diciendo volvió a la cama y se acostó a dormir... La gran fábrica de aviones envió a su mejor vendedor a tratar de venderle una nueva línea de helicópteros al sultán que reinaba en aquel remoto país petrolero. Una semana después el gerente de la compañía llama al vendedor. "-¿Cómo va el asunto?” -le pregunta-. "-Pues le diré, jefe -contesta el vendedor-. Como conozco las costumbres de esta gente me traje a una preciosa chica, una call girl de primera: alta, rubia, escultural. Anoche se la presenté al sultán y le propuse la compra de nuestros helicópteros. No quiso él resolverme en ese momento: se veía que ansiaba quedarse a solas con la muchacha. Pero a primera hora de la mañana siguiente me llamó y me dijo que quiere cien”. "-¿Cien helicópteros?” -exclama jubiloso el gerente-. "-No, cien muchachas” -le aclara el vendedor-... FIN.

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