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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Tres de mis cuatro lectores pensarán que me he deschavetado. Cosa no rara es ésa: cada vez que escribo algo -cualquier cosa- alguien dice que estoy deschavetado. Y no le falta razón. Pero en esta ocasión el porcentaje es alto: 75 por ciento. Me lo explico: es que voy a confesar la vergonzante simpatía que siento por lo que fue el sinarquismo. Quizá eso tenga su raíz en un episodio de mi juventud. Reportero en ciernes, el primer encargo importante que recibí fue con motivo de un congreso nacional que los sinarquistas celebraron en Saltillo. Debía yo recabar los acuerdos que se tomaran en esa reunión. Sin embargo la junta era secreta, me informaron los ceñudos guardianes que me impidieron la entrada a la casa en cuyo patio el encuentro se iba a realizar. Pero yo tenía una misión que cumplir. La tarea demandaba audacia, y yo era audaz. Demandaba inteligencia, y yo era audaz. Fui con la dueña de la casa que colindaba espalda con espalda con la que servía de sede a los sinarcas, y le pedí que me dejara subir a la azotea para escuchar desde ahí las deliberaciones. Ella me permitió trepar por la ventana. Oculto tras el pretil empecé a tomar mis notas, y hasta pude tomar sigilosamente un par de fotos. En eso estaba cuando oí ruido tras de mí. Era alguien que llegaba. Me espanté: de seguro había sido descubierto. Los sinarquistas tenían fama de terribles: se decía que en su tiempo habían cortado orejas de maestros que enseñaban educación sexual. Me volví, temblando, y vi ante mí a un señor que, oculto igual que yo, empezaba también a tomar notas. Era el capitán Raúl Lemuel Burciaga, entonces agente de la secretaría de Gobernación. Le habían encargado la misma misión que a mí me dieron. Así conocí a aquel hombre ejemplar que años después, pundonoroso jefe policiaco, perdió la vida en forma heroica cumpliendo su deber. Asocio al sinarquismo, pues, aquella memoria juvenil. También me simpatizaba el movimiento porque conocía a un esforzado y valeroso sinarquista: don Jesús María Dávila. Padre y tío de sacerdotes, don Chusma era católico integral. Un cierto sábado de Gloria "el elemento liberal" colgó un monigote en forma de cura con sotana en la esquina de la plazuela que "los mochos" llamaban de San Francisco y "los chivos prietos" decían de Zaragoza. La idea de los jacobinos era ponerle cohetes al monicaco aquel y luego prenderle fuego. Don Jesús María subió a un carrito de mulas, se lanzó a toda carrera por la calle y arrebató el monigote entre el asombro de los comecuras y el aplauso del encrespado vecindario. Desde entonces don Chusma era visto con admiración por los católicos, que lo consideraban un cruzado de la religión. Yo quise mucho a ese señor. Carpintero, como San José, hizo y me regaló el primer librero que tuve para mis amados libros, que hasta entonces habían estado en montón junto a mi cama. Recuerdo con nostalgia cristera aquellas cosas y siento vaga ternura por ese tiempo que se fue. Y que no debe regresar, pues no vivimos ya días de fundamentalismo religioso, y hemos podido superar las pugnas que ayer nos dividieron. No debe haber partidos políticos de raíz teocrática. Cuando alguien dice que sus acciones están inspiradas por la Biblia yo me echo a temblar, pues la lectura de ese sagrado libro es peligrosa si no se acompaña con la de otros libros que no sean sagrados. "Timeo lectorem unius libri", dicen que dijo Santo Tomás de Aquino. "Temo al lector de un solo libro". No pretendamos revivir un pasado tan pasado. En dos galanos versos un poeta olvidado dijo en loor de mi ciudad, Saltillo: "Te amo por tus mujeres en lo humano, y por tu Santo Cristo en lo divino". Aprendamos también nosotros a distinguir, en materia de política, lo divino de lo humano... FIN.

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