La señorita Peripalda, maestra de catecismo, tenía un perico que dio en la pésima costumbre de perseguir a las gallinas del corral con propósitos inconfesables. En vano fueron todos los esfuerzos de su dueña por sofrenar los instintos del cotorro. Cansada de la situación, la piadosa doncella dijo al loro: "Si vuelves a hacer eso -amenazó-, te voy a cortar las plumas de la cabeza”. El perico hizo caso omiso de la admonición, y volvió a las andadas. Entonces la señorita Peripalda cumplió su palabra, y le arrancó al infame loro las plumas de la cabeza. Lo dejó, como quien dice, completamente pelón. Esa noche llegaron de visita el señor obispo, el señor cura y el sacristán. Por singular coincidencia los tres estaban calvos. Al verlos les dice el loro con severidad: "Conque persiguiendo gallinas, ¿eh?”... "Señor policía -dice una muchacha cubriéndose pudorosamente el busto-. Unos niños me robaron la parte de arriba de mi traje de baño, y se me ven los senos”. "Nomás deje que les ponga la mano encima”-dice el cumplido guardia. Responde la muchacha: "Eso será después. Primero busque a los niños"... El general hizo formar a la tropa, y frente a los soldados tomó la palabra. "Deseo informar a ustedes que en esta ceremonia impondré la medalla del Mérito Heroico al sargento York. En la acción de guerra que sostuvimos ayer contra el enemigo derribó dos aviones, hizo volar tres tanques de guerra, aniquiló cinco emplazamientos de ametralladoras y liquidó él solo a 40 soldados”. "¡Un momento, mi general! -lo interrumpe el soldado Babalucas-. En ese caso yo merezco más que él esa medalla. Ayer derribé tres aviones, destruí seis tanques de guerra, hice volar ocho emplazamientos de ametralladoras y acabé con 86 soldados”. "Es cierto" -reconoce el general. Y luego prorrumpe hecho una furia: "¡Pero eran de los nuestros, grandísimo indejo!”... La joven criadita le anunció a su patrona que va a ser mamá: la había seducido un hombre. "¡Qué barbaridad! -exclama consternada la señora-. ¡Engañarte a ti, que eres una muchacha inocente, ingenua, desconocedora del mal que hay en el mundo! ¡Eso que te hicieron sólo merece un nombre: infamia!”. "Está bien, señito -admite la muchacha-. Pero si es niño me gustaría que se llamara como su papá, que es el siñor”... Le dice con enojo una muchacha a otra: "Estoy muy decepcionada de mi novio Simpliciano”. "¿Por qué?” -pregunta la amiga. Y cuenta aquélla: "Anoche me dijo que si íbamos a lo oscurito me enseñaría una cosa. Yo, haciéndome del rogar, le dije que lo que me quisiera enseñar me lo enseñara ahí. Pero él insistió que tenía que ser en lo oscurito. Fuimos, y me enseñó su reloj nuevo con manecillas que brillan en la oscuridad”... Llegó un argentino a una farmacia. Le pide al farmacéutico: "Dame 40 condones, che". El de la farmacia, algo sorprendido, empieza a contar: "Uno, dos tres, cuatro... treinta y cinco, treinta y seis...". Le dice al argentino: "Lo siento, señor. No le completé los 40 condones. Tengo únicamente 36". Responde el porteño muy enojado: "¡Pero che pibe! ¡Ya me arruinaste la noche!"... El padre de familia oyó en la recámara de su hija grandes suspiros, acezos y ayes contenidos. Abrió la puerta y ¡oh sorpresa! la vio en brazos de apuesto galán que cumplidamente se holgaba con la chica. "¿Qué es esto?, Susiflor?" -pregunta el señor con voz airada. Explica la muchacha: "En el jardín hallé una ranita. Me habló y me rogó que la trajera a mi cama. Aquí me pidió que le diera un besito. Cuando le di el beso se convirtió en este hermoso príncipe". "¡Descarada! -clama el señor con iracundia-. ¿Esperas que crea semejante cuento?". "Papi -replica Susiflor con ofendida dignidad-. Cuando tú me lo contaste yo te lo creí"... FIN.