El esposo de Facilda Lasestas la llevó al futbol. Mi pluma se niega a escribir lo que ahí sucedió. Si lo narro es sólo por cumplir mi deber de relator veraz. Aconteció que mientras el esposo veía el juego su mujer se dejaba acariciar por bellacos individuos que la hacían objeto de toda suerte de inmorales tocamientos. Éste le agarraba los hemisferios glúteos; aquél le frotaba el ubérrimo tetamen; otro la abrazaba con intención erótica; el de más allá la besaba a la francesa, con excesos salivosos y linguales. Un caballero que veía aquel insólito despliegue de erotismo le preguntó con escándalo al sujeto: "¡Señor mío! ¿Acaso está usted ciego? ¿No ve cómo a su esposa le están sobando el cuerpo como si fuera daifa de lupanar o hetaira ruin de mancebía? Vea, vea cómo la oprimen esos hombres con urentes abrazos de lujuria; cómo la besan con ósculos lascivos y le hacen caricias comparadas con las cuales las de una orgía o bacanal son inocentes arrumacos, lenes carantoñas. ¿Por qué trae a su esposa al futbol, si sabe que la van a besar y acariciar así? Debería dejarla en su casa". Responde el individuo con alarma: "¡No! ¡Allá sí se la follan!"... El cuento que sigue fue calificado de "tasteless" por Ms. Amy Vanderbilt, guardiana de las buenas maneras. Las personas con pruritos de refinamiento social deberían abstenerse de leerlo. Cierto viajero llegó a un cafetín de mala muerte y pidió una hamburguesa doble. El cocinero, hombre rudo y poco limpio que andaba en camiseta, cogió dos porciones de carne molida, se las puso bajo las axilas y aleteando con los brazos procedió a darles la debida forma. El cliente le dice con asco a la mesera: "¡Esto es lo más repulsivo que en mi vida he visto!". "Y eso no es nada -replica la mujer-. Debería usted verlo cuando hace las donas"... Con frecuencia me hago esta pregunta: ¿por qué no podemos los mexicanos hallar un justo medio que nos permita dar equilibro a nuestra vida pública? Siempre pasamos de un extremo a otro. Tomemos como ejemplo el caso del informe presidencial. Antes era una especie de rito religioso hierático y solemne. Su protocolo era más rígido que el de la corte de Su Majestad Británica; sus pasos estaban tan medidos como los de un minué en Versalles. Ahora, en cambio, ese acto es ocasión de escándalos, liza de violencias, motivo de vergüenza para los ciudadanos. Pienso que tanto el Presidente como los integrantes del Congreso deben sujetarse estrictamente a lo que el texto constitucional señala en relación con esa formalidad. Ni debates que pueden comprometer la investidura presidencial -y que además no contempla la ley máxima- ni alborotos que rebajen la dignidad del Poder Legislativo y pongan a diputados y senadores a la altura de jaques de barriada. Termino esta prudente admonición con una frase lapidaria: el acto del Informe no debe ser informe acto. (¡Bófonos!)... El joven carnicero había tenido tratos de fornicio con una muchacha. Cierto día ella se le presentó con un niño en los brazos y le dijo que el bebé era suyo. ¿Qué iba a hacer él para ayudarlos? El carnicero le ofreció darle cada día un kilo de carne gratis hasta que el hijo llegara a la mayor edad. Pasó el tiempo. El hombre llevaba cuidadosamente el registro de los años. Un día llegó el muchacho a recoger la diaria entrega. El carnicero le dijo: "Mañana llegas a la mayor edad. Comunícale a tu madre que ése es el último día que le daré la carne, y luego regresa a contarme qué cara puso". A poco regresó el muchacho. Le informa al individuo: "Le trasmití el mensaje a mi mamá, y me respondió: ‘Dile al carnicero que durante todos estos años he recibido, también gratis, el pan, la leche, los refrescos, el mandado, la renta de la casa, ropa y calzado, luz, teléfono, gas, servicio de taxi y de tintorería, y luego regresa a contarme qué cara puso"... FIN.