Cuando Pepito cumplió 10 años su papá lo llevó aparte y le preguntó si sabía la verdad acerca de las florecitas y las abejitas. Pepito se echó a llorar desconsoladamente. "¡Por favor! -le suplicó a su padre-. ¡No me digas esa verdad! ¡No quiero conocerla!". "¿Por qué?" -se sorprendió el señor. Contesta el niño: "Cuando cumplí 6 años me explicaste que el ratón de los dientes es mentira. Cuando llegué a los 8 me revelaste que no hay Santo Clos. ¡Si ahora me sales con que los adultos no follan perderé la única razón que tengo para seguir viviendo!"... Pese a todas las evidencias en contrario mantengo mi fe en la bondad de la naturaleza humana. En eso sigo a Juan Jacobo: comparto su idea de que en esencia el hombre es bueno. Me tildarán de ingenuo quienes aceptan la doctrina del pecado original, o aquellos que se han nutrido en las lecturas de Maquiavelo o Marx. Yo voy por este mundo confiando en que mi prójimo tiene buen corazón. Sé que no faltan alimañas, seres oscuros que han renunciado al bien y ejercen la maldad. Pero son los menos. La inmensa mayoría de los hombres y las mujeres de este mundo quieren ser buenos, y aspiran a disfrutar la vida en armonía y paz. Enuncio esta filosofía parda porque leí declaraciones de dirigentes perredistas en las cuales advertí indicios de civilidad que me animaron. Según esas expresiones el PRD busca acuerdos que permitan que el acto en el cual el Presidente entregará su Informe al Congreso se lleve a cabo sin violencia ni escándalo o desorden. Tienen razón los perredistas: ni el Ejecutivo ha de imponerse con prepotencia sobre la Oposición ni ésta debe doblegar al Presidente impidiéndole el cumplimiento de su obligación constitucional. Esta nueva postura indica madurez en el ejercicio democrático. Uso una expresión muy de la izquierda para decir que saludo esa actitud de las cúpulas perredistas. Ojalá tan buena intención se plasme en hechos... Mis cuatro lectores conocen a la señora Tridua, censora de la moral de los demás. Doña Tebaida piensa que Dios se equivocó al hacernos de la cintura para abajo, y le reprocha no haber dictado providencias para que los niños nazcan vestiditos ya. No debe extrañar, entonces, que la severa dama haya sufrido un desvanecimiento cuando leyó la pícara historieta que en fecha próxima voy a narrar aquí, llamada "Tanto monta, monta tanto". Tras leerla cayó privada de sentido; su médico de cabecera hubo de administrale un vencetósigo para restablecerle el equilibrio de los humores corporales. Por elemental cortesía esperaré a que mejore la salud de la señora antes de relatar ese vitando cuento. Su aparición indignará a algunos, cosa buena en una sociedad donde la indiferencia se considera adorno de elegantes... El cuento que ahora sigue no le va a la zaga a aquél en grado de salacidad o sicalipsis. Sucede que una joven mujer, rubia ella, dio a luz en la maternidad. Le dice la enfermera, cautelosa: "Debo informarle que su bebé nació negrito". "No me extraña -responde la muchacha con naturalidad-. Soy actriz; tenía apuros de dinero, y participé en una película porno con un actor de raza negra". Añade la enfermera: "Sin embargo el niño es pelirrojo". "Tampoco me sorprende -replica la parturienta-. A más del actor negro salía en la película un escocés". Prosigue la enfermera: "Y la criatura tiene ojos rasgados". "Me lo explico igualmente -contesta sin turbarse la muchacha-. También participó en el filme un oriental". En eso el recién nacido rompe a llorar. "¡Gracias a Dios que llora!" -exclama la muchacha con alivio. "¿Por qué?" -se extraña la enfermera. Responde la muchacha: "Creí que iba a ladrar". (No le entendí. Pero ¡vaya que debe haber sido porno esa película!)... FIN.