Escribiré hoy acerca del tema que conozco menos. Escribiré acerca de mí mismo. Hace 40 años era yo lo mismo que soy ahora: un aprendiz de escribidor. Por esos días don Agustín Basave Fernández del Valle, filósofo, jurista, educador de grandes méritos, fue objeto de villanos ataques salidos del dogmatismo y de la intolerancia. Yo admiraba al maestro: había leído su Filosofía del Quijote en esa benemérita universidad de papel, la Colección Austral, y nunca me perdía los artículos que publicaba en El Porvenir de Monterrey, llenos de miga y jugo siempre. Me indignaron aquellos ataques -entonces poseía yo la virtud de la santa indignación, que los años han convertido en pataletas-, y rompí lanzas en defensa de quien no requería defensor. Días después recibí en mi casa de Saltillo una gran caja. Contenía la obra completa de don Agustín, y una carta en la que me daba las gracias por mi acción. “Como ve usted -me decía- soy tan prolífico en libros como en hijos”. Vida llena de frutos fue la suya, en efecto; vida que se prolonga en obras buenas donde su ejemplo late. Lo digo por algo bello que me pasó en Tijuana (en Tijuana me pasan siempre cosas bellas). Fui allá a presentar mi libro más reciente. Al día siguiente de la presentación el periódico Frontera, mi casa de trabajo allá, publicó una nota con este encabezado: “Abarrota Catón teatro del Cecut”. Dice así la reseña: “Catón presentó su libro De abuelitas, abuelitos y otros ángeles benditos, cuya primera edición ya se ha agotado. Dijo: ‘Es el libro más mío, el más entrañable y vivo. Ningún otro habré de escribir en que tan plenamente pueda encontrarme y puedan hallarme mis lectores’. Entre chascarrillos agudos que arrancaron sonoras carcajadas se alternaban poemas de López Velarde y San Juan de la Cruz que Catón recitaba con impresionante dicción y pleno dominio. Sin sentarse jamás, y sin leer una sola línea, dio ocasión lo mismo para la risa que para la reflexión. ‘Doy gracias a Dios -manifestó- por dejarme compartir con tantos abuelitos y abuelitas la gloria de tener nietos, que es la versión humana de la vida eterna’. Al final de la presentación más de 300 personas hicieron fila, libro en mano, para poder obtener una dedicatoria del autor. Pacientemente, Catón empuñó la pluma para firmar cientos de ejemplares, y fue hasta pasadas las 22 horas cuando se retiró el último de los lectores”. Ahora bien: ¿quién escribió esa crónica llena de bondad? La hizo un joven y talentoso periodista, Daniel Salinas Basave, de la estirpe de aquel gran señor que fue don Agustín. La vida me dio ese regalo. El pasado se unió con el presente; la bondad del abuelo vive ahora en el nieto. Y otro regalo tuve: la espléndida caricatura que dibujó de mí Daniel Acuña, artista extraordinario. Me puso en figura de abuelito, escribiendo en pantuflas, en una máquina de escribir antigua, las glorias de mis nietos. Gracias, pues, a Tijuana y a su hermosa gente. Voy a Tijuana con las manos vacías y vuelvo siempre con las manos llenas y el corazón en plenitud... Narraré ahora algunos chascarrillos para disipar la emoción de la República... La señora halló un condón en el cuarto de su hija. Le pregunta, inquieta: “¿Ya eres sexualmente activa?”. “No -contesta la muchacha-. Por ahora nada más me pongo”... Le comenta una chica a su mamá: “Quiero un marido que me acompañe siempre, me entretenga, y no se salga nunca por las noches”. “Hija -suspira la señora-. Tú no quieres un marido. Quieres un televisor”... En el bar un individuo le dice a su compañero de copas: “Si le hiciera yo el amor a tu esposa, y quedara embarazada, y tuviera un hijo, ¿eso nos emparentaría?”. “No -responde el otro-. Pero sí nos emparejaría”... FIN.