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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Armando Camorra

Un norteamericano, un ruso y un mexicano recibieron la gracia muy especial de poder hacerle una pregunta a Dios. Él les respondería con su sabiduría omnisciente. Preguntó el primero: “Señor: ¿cuándo se acabará el capitalismo en los Estados Unidos?”. Respondió el Creador: “Se acabará dentro de un siglo”. Al oír eso el norteamericano se echó a llorar desconsoladamente. Preguntó el segundo: “Señor: ¿cuándo se acabará el socialismo en Rusia?”. Contestó el Hacedor: “Se acabará dentro de 50 años”. Al escuchar aquello el ruso se echó a llorar lleno de aflicción. Preguntó el mexicano: “Señor: ¿cuándo se acabará la corrupción en México?”. Y entonces fue Dios el que se echó a llorar. En efecto, tal se diría que nuestro país está corrompido hasta la médula, y que la corrupción forma parte consustancial de eso que llaman “nuestra idiosincrasia”. El más reciente ejemplo de eso lo tuvimos con el caso de los exámenes que se aplican a los médicos recién egresados, como paso previo a su admisión en las instituciones de salud donde cursarán una especialidad. Sucedía, según se supo, que los tales exámenes se vendían antes de su aplicación, con las respuestas correspondientes, en precios iban desde los 40 mil hasta los 150 mil pesos. Quienes podían pagar esas cantidades aseguraban una de las pocas plazas disponibles, independientemente de sus conocimientos y capacidad. Así amañados, todos los exámenes que se han aplicado en esas condiciones carecen de credibilidad. A quienes no los han aprobado debería regresárseles el dinero que pagaron por tener derecho a presentar las pruebas. Peor aún: quienes pasaron el examen -aun habiéndolo aprobado limpiamente- quedan sujetos a la sospecha que deriva de un acto de corrupción así. Aquí los justos pagan por los pecadores. Si México y los buenos mexicanos no nos

dieran tantos motivos de orgullo sentiríamos vergüenza por vivir en un país donde cosas como ésta pueden suceder. No es asunto de poca monta el que menciono: atenta grandemente contra el prestigio de una profesión, y daña a quienes la ejercen con honestidad y preparación. Se debe localizar a los culpables de lo sucedido y castigárseles en modo ejemplar. Estamos en presencia de una grave injusticia, cometida tanto por someter a muchos médicos jóvenes a una farsa previamente arreglada como por dar a otros

posiciones que no ganaron en buen ley. Y ya no digo más, porque estoy muy encaboronado... Aquel sujeto le invitó una copa a una chica. “No, gracias -declinó ella-. El alcohol es malo para mis piernas”. “¿Se te

hinchan?” -pregunta el tipo. “No -replica la muchacha-. Se me abren”... Babalucas conoció a un bolero -limpiabotas, para mis lectores de otros países- que desgraciadamente era jorobadito. “Vaya usted a Mérida -le aconsejó-. He oído decir que vive ahí un médico famoso apellidado Manzanero que se dedica a sanar personas como usted”. Lleno de ilusión viajó el jorobadito a aquella ciudad blanca, y se aplicó buscar al eminente traumatólogo. A ninguno pudo encontrar con ese nombre. Había uno de apellido Baqueiro; otro Ricalde; otro Cantón; pero ninguno apellidado Manzanero. Regresó a su ciudad el limpiabotas, pesaroso, y le dijo a Babalucas que no había podido hallar a aquel especialista que le había recomendado. “Extraño caso es éste -contestó pensativo Babalucas-. Me habían dicho que en Mérida

hay un Manzanero que compone boleros”... El ancianito, muy apurado, le dice al oído a la ancianita en la iglesia: “Se me acaba de escapar un aire silencioso. ¿Qué crees que debo hacer?”. Responde la viejita: “Ponle batería nueva a tu aparato auditivo”... FIN.

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