Doña Tebaida Tridua anda llena de congoja, tribulada y presa de melancolía. Sucede que va perdiendo la batalla para evitar la publicación aquí del cuento intitulado: "Tanto monta, monta tanto", el más sicalíptico quizá de cuantos han aparecido en este espacio. La ilustre dama, censora de la moral de los demás, recurrió a la Conferencia Episcopal en petición de auxilio: envió un profuso memorial escrito en 12 fojas útiles y vuelta rogando a los prelados que forman ese cuerpo que la ayudaran a impedir la aparición de aquel relato, que calificó de "torpe, lascivo, deshonesto, lúbrico, licencioso, infame y ruin". Ellos le contestaron que de momento estaban muy ocupados cumpliendo su alta misión espiritual, consistente en criticar el informe del Presidente Calderón y comentar otras cuestiones de política sobre las cuales los políticos no deben tener el monopolio, pues eso atenta contra el Reino. La respuesta de los dignatarios desconsoló a doña Tebaida y la sumió en un profundo estado de tristeza (Morbus attonitus) que ha preocupado mucho a su médico de cabecera. Todo indica, pues, que el supradicho cuento será narrado aquí próximamente. Espérenlo mis cuatro lectores... Una historia que no cede en sicalipsis a la antes mencionada es la que sigue. Sucede que un mudo llegó a una farmacia con el propósito de comprar un condón, vulgo preservativo. Por más señas que hacía -y eran muy expresivas esas señas-, no se daba a entender del farmacéutico, que no atinaba a saber lo que quería su cliente. Por fin, desesperado, el mudo echó mano a un recurso extremo: expuso al aire su pudenda parte, la colocó sobre el mostrador y puso a un lado un billete. El farmacéutico vio aquello, mostró a su vez lo suyo, que aventajaba en todo a lo del mudo, y se embolsó el billete. Al ver eso el mudo prorrumpió en estridentes gritos de furor. El farmacéutico le dice: "Si no estás seguro de lo que tienes ¿para qué andas apostando?"... En la escala del reconocimiento social los políticos andan muy abajo, ligeramente por encima sólo de los asaltantes, los timadores y los traficantes de sustancias tóxicas. El pueblo detesta ya su imagen, expuesta hasta la saciedad -a costas del mismo pueblo- en toda clase de medios publicitarios. Es hora ya de poner límite a esa desaforada propaganda. Si no, a poco encenderemos la rasuradora -o la secadora de pelo, las señoras- y aparecerá en el aparato la imagen de algún político en campaña. Yo he viajado por los seis continentes en que se divide el mundo: África, América, Asia, Europa, Oceanía y Saltillo (se citan por orden alfabético, no de importancia), y en ninguna parte he visto los excesos de publicidad política que en México se ven. Si el dinero que en eso se gasta se empleara en procurar el bien común, nuestro país dejaría de ser del tercer mundo y pasaría a ser por lo menos del uno y medio. Digo... En la iglesia del pastor Calvínez la señora encargada de tocar el órgano tenía un busto tan opulento que cuando la mujer interpretaba los himnos su abundoso tetamen se movía al ritmo de la música, lo cual distraía mucho a los hermanos. Ella se apenaba por los meneos de sus rotundos hemisferios, cuya magnificencia ningún sostén podía disimular. Un día la maestra de la escuela dominical le dio un consejo: "¿Por qué no te untas en los pechos salsa de chamoy? Tan amarga, tan ácida es la salsa que seguramente se te contraerá la piel del busto, y así su tamaño se reducirá". La organista se propuso seguir la recomendación. En el servicio del siguiente domingo el pastor Calvínez compareció ante los hermanos y les dijo: "Pir caushash de fuirzha miyor huy no pidré dicir el shirmón". (¡Qué barbaridad! ¡El reverendo traía la boca toda fruncida! ¿Por qué sería?)... FIN.