Yo también, como Calderón, como López, como Ebrard, como Juan de las Cuerdas y Perico de los Palotes, quiero dar mi propio Grito. Y mi grito es contra los políticos que tienen secuestrado a este país y lo dañan con sus politiquerías. Mi grito es contra aquellos que convierten en motín -en botín- una entrañable tradición del pueblo, la de la noche del 15 de septiembre en el Zócalo de la Ciudad de México, y hacen de ella ocasión de escándalo, de división y enfrentamientos. Mi grito es contra los partidos: antes padecíamos uno solo; ahora los sufrimos a todos; parásitos que chupan del erario; empresas ricas en país de pobres. Estamos enfermos de política; los políticos parecen ser protagonistas únicos de la vida mexicana. Podrá decirse que eso es porque estrenamos democracia, y que después de la concentración del poder en una sola, poderosa mano, todos quieren meter la mano en él. Pero este desorden es muy peligroso, pues quienes más se benefician del desorden son los desordenados. Así no vamos por camino bueno. Debemos hacer buen uso del ejercicio democrático si no queremos que degenere en anarquía. El excesivo poder de los medios electrónicos acaba de ser acotado. Los partidos, convertidos ahora en entes todopoderosos, han de ser acotados igualmente. Y debe acotarse también la nueva dictadura de un Congreso desbocado cuyos innumerables miembros no parecen tener conciencia del bien comunitario, y atienden sólo a su interés y al del partido que les da consigna. Volvamos la espalda nosotros a todas esas politiquerías. Celebremos en nuestro hogar, con la familia, esta fiesta mexicanísima del Grito, y dejemos que los politiqueros diriman, como en arena de lucha libre o en palenque, sus pedestres mezquindades... ¡Qué bárbaro, columnista! Eso de "sus pedestres mezquindades" me dejó frío. Seguramente los políticos no saldrán de sus casas, temerosos de que la gente los señale con el dedo y diga: "Ahí va el de las pedestres mezquindades". Ea, vuelve la página y exorna con un par de cuentecillos la aspérrima acrimonia de esa catilinaria... La señora estuvo ausente de su casa una semana, pues fue a visitar a su mamá en la ciudad donde vivía. Cuando regresó, su hijito la recibió en la puerta. "¿Qué crees, mami? -le dijo-. Ahora que saliste de viaje fui a buscar una cosa en el clóset de tu recámara. Ahí estaba cuando oí que mi papi entraba con la vecina. Se desvistieron, se acostaron en tu cama, y entonces...". "Ya no sigas -lo interrumpe la señora-. El resto me lo dirás en presencia de tu padre". Cuando llegó el marido le dice la esposa hecha una furia: "¡Voy a dejarte, Libidiano! ¡Recibirás mañana la visita de mis abogados!". "¿Por qué?" -pregunta el sujeto, sorprendido. La señora se vuelve hacia el niñito y le pide: "Dile a tu padre lo que me contaste". Narra el niño: "Ahora que saliste de viaje, mami, fui a buscar una cosa en el clóset de tu recámara. Ahí estaba cuando oí que mi papi entraba con la vecina. Se desvistieron, se acostaron en tu cama, y entonces mi papi le hizo a la vecina lo mismo que el vecino te hizo a ti aquella vez que mi papá salió de viaje"... Rosilita, niñita de cuatro años, llegó a la tienda de mascotas, y con su lengüita mocha le preguntó al dueño: "¿Tienes conequitos?". "Sí tengo conequitos, linda" -responde con ternura el de la tienda, imitando el modo de hablar de la pequeña. Le señala tres conejitos que tenía en una jaula y le pregunta: "¿Quieles el conequito blanco, el conequito glis, o el conequito neglo?". Después de meditar un poco la cuestión contesta Rosilita: "Yo cleo que a mi mascota, la selpiente pitón, el colol le va a impoltal pula tingada"... FIN.