Don Veterino Pitokáido, señor de edad madura, fue con su esposa al zoológico de la ciudad. El guía les mostró un mono aullador (Alouatta, el mayor de los platirrinos), y les informó: "Este simio tiene muy desarrollada la libido. Es rijoso, lascivo, lujurioso, incontinente, voluptuoso, lúbrico y salaz. Cada día hace el amor 14 veces". La señora oyó aquello y le dio con el codo a su marido al tiempo que le decía con retintín: "¿Ya ves?". No contestó don Veterino, pero se amohinó. En seguida el guía los llevó a donde estaba el rinoceronte. "Es animal tranquilo y sosegado -describió-. Hace el amor sólo una vez al año". El señor Pitokáido escuchó aquello y a su vez le dio un codazo a su mujer. "¿Ya ves? -le dice-. Sólo una vez al año". "Sí -replica la señora-. Y mira: hasta en la nariz tiene el cuerno"... Año de 1950. Un individuo de Amsterdam se presentó ante el cura de su parroquia y le pidió que lo escuchara en confesión. "Padre -le dijo-. Tengo un pecado que me avergüenza. Cuando Holanda fue invadida por los alemanes una bellísima muchacha judía me rogó que la escondiera en el ático de mi casa, pues temía caer en poder de los nazis. Y yo la escondí, padre". "Hijo -se sorprende el sacerdote-. Ningún pecado has cometido. Antes bien lo que hiciste es un acto sublime de humanidad, y aun de heroísmo. Tu vida también corría peligro, y sin embargo la arriesgaste para salvar a esa joven". "Sí, señor cura -acepta el individuo-. Pero caí en pecado porque ella me dijo que la única forma que tenía de pagarme era con sexo. Y yo acepté, padre". "Bueno, hijo -condesciende el sacerdote-. Eran tiempos de guerra. Tú y ella estaban en situación difícil. Creo en conciencia que tu pecado es perdonable". "Ése no es mi pecado, padre -dice entonces el sujeto-. Mi pecado es que ya estamos en 1950, y todavía no le he dicho que la guerra ya acabó"... Un tipo entró en la cantina del pueblo y le pidió al tabernero que le sirviera tres tequilas dobles. Le dice éste: "Le sabrán mejor si se los sirvo uno después de otro, y no los tres al mismo tiempo". "Lo que pasa -explica el hombre-, es que diariamente me tomaba un tequila con mis dos hermanos. Ellos se fueron a Estados Unidos en busca de trabajo, y yo les prometí que todos los días me tomaría tres tequilas, el mío y los dos de ellos". En efecto, todos los días, mes tras mes, llegaba el tipo a la cantina, pedía los tres tequilas y se los tomaba. Una vez, sin embargo, llegó con aspecto apesadumbrado, y con voz triste pidió solamente dos tequilas. El cantinero imaginó lo que había sucedido: ¡tantos peligros aguardan a quienes se van "al otro lado"! Escancia los dos tequilas y le dice al sujeto con voz grave: "Siento mucho su pérdida, señor". "¿Cuál pérdida?" -pregunta con extrañeza el hombre. Razona el cantinero: "Como pidió usted solamente dos tequilas, pensé que uno de sus hermanos había muerto". "Oh, no -responde el individuo-. Ambos están muy bien. Los dos tequilas son los de ellos. Yo le prometí a mi esposa que dejaría de tomar"... Sigue ahora un cuento perteneciente a la clase de los pelangoches. No sé si sea lícito contar un chiste así en domingo, pero éste ya se me salió. Léanlo mis cuatro lectores bajo su propio riesgo... Meñico, joven que se las daba de playboy, convenció al fin a Pirulina de ir con él a un discreto motelito. Cuando el erótico trance estaba a punto de empezar, la muchacha cambió súbitamente de opinión. "Mejor vámonos" -le pidió al decepcionado galán. "¿Por qué? -pregunta éste con molestia-. No me digas que estás esperando al Príncipe Azul". Responde Pirulina: "No.- Simplemente estoy esperando al Príncipe Biendotado"... FIN.