Mala costumbre tiene el autor de esta columna: suele iniciar la semana laboral con un relato sicalíptico. Debería empezarla con una reflexión de orden moral, habida cuenta del desorden moral que ahora priva. Pero el escribidor insiste en ese uso reprobable. He aquí el relato de hoy... Una mujer llegó a las puertas del Cielo. El portero celestial, San Pedro, revisó su expediente y le dijo que tenía derecho a entrar en la mansión de la eterna bienaventuranza. Debía esperar sólo a que viniera el ángel encargado de colocarle las alas y la aureola que llevan los moradores del Edén. En eso la mujer oyó gritos desgarradores. “¿Qué es eso?” -preguntó con inquietud. Explica el de las llaves: “Es que a alguien le están haciendo en la cabeza y en la espalda los agujeros que se necesitan para poner la aureola y las alas. En la tarea el ángel usa un taladro eléctrico y el dolor es tan grande que las almas gritan. Pero eso pasa pronto”. Dice la mujer: “No puedo resistir el dolor físico. Prefiero ir al infierno”. “¡Al infierno! -se sorprende San Pedro-. ¡Desdichada de ti, no sabes lo que dices! ¡El infierno es un lugar de perdición! ¡Ahí los demonios te violarán, te sodomizarán!”. “Sí -admite la mujer-. Pero para eso ya tengo lo que se requiere, y no necesitarán usar taladro”... El joven y apuesto pediatra recibió en su consulta a una mujer madura que llevaba en los brazos a un bebé de unas cuantas semanas de nacido. “El niño no está ganando peso” -le informa la mujer. Pregunta el médico: “El bebé ¿toma pecho o recibe alimento artificial?”. “Toma pecho” -responde la mujer. “Desvístase de la cintura para arriba” -ordena el facultativo. “Pero, doctor...” -dice la visitante. “¡Desvístase!” -repite el galeno, terminante. La mujer pone al descubierto sus atributos pectorales, y el médico procede a palparlos detenidamente una y otra vez. “Ahora me explico por qué el bebé no gana peso -dictamina-. Le falta alimento: no tiene usted nada de leche”. “Ni debo tenerla -replica la mujer-. No soy la mamá del niño; soy su tía soltera. Pero de cualquier modo me alegra haber venido”... La verdad es que la pretendida reforma electoral reformó poco, y menos aún tocó temas de fondo. Así las cosas, los cambios conseguidos tendrán relativamente poca significación. El enorme poder de los partidos quedó intacto, tanto que bien podremos decir que estábamos mejor cuando estábamos peor. En efecto, antes debíamos padecer a un solo partido; ahora tenemos que sufrirlos a todos. Y la cosa se explica: los encargados de hacer las leyes deben su lealtad a los partidos, no a los ciudadanos. Mientras no haya reelección de diputados y senadores; mientras éstos no sean auténticos representantes populares, sujetos al escrutinio de sus electores, en vez de ser sumisos agentes de las consignas de sus líderes, las leyes seguirán siendo instrumento de beneficio para los partidos, y no servirán nada al interés de la comunidad... El piloto del jet habló a los pasajeros desde la cabina: “Bienvenidos al vuelo 410. Hemos alcanzado nuestra altura de crucero, y estamos volando a una velocidad de 860 kilómetros por hora. La ruta de vuelo está despejada y... ¡OH, DIOS MÍO!”. La súbita y alarmada exclamación del piloto asustó a los pasajeros. Se hizo un silencio tenso, y todos se dispusieron a esperar lo peor. En eso, sin embargo, volvió a oírse la voz del piloto, ya tranquila. “Disculpen ustedes, damas y caballeros. Cuando estaba hablando se me tiró el café; por eso hice aquella exclamación. Ya todo está bien. ¡Pero deberían ver cómo quedó la parte delantera de mi pantalón!”. Se oye la voz de un pasajero que masculla. “¡Y el caón debería ver cómo quedó la parte trasera del mío!”... FIN.