Iba una bondadosa anciana por la calle. Le dice un cieguito que pedía limosna en una esquina: "¡Por amor de Dios, señora! ¡Déle una limosnita a este infeliz, privado del más grande placer que hay en el mundo!”. "¡Pobrecito! -exclama llena de compasión la anciana-. ¿Cuándo lo castraron, buen hombre?”... Cierto ministro religioso hubo de celebrar un oficio en un campo nudista. "¿Y no te pusiste nervioso?” -le preguntaba después un colega. "No, -responde el ministro-. Pero todo el tiempo me estuve preguntando dónde traerían el dinero de la limosna”... Empezó la segunda Cruzada, y todos los caballeros del pueblo procedieron a poner cinturones de castidad a sus esposas antes de ir a Tierra Santa. Las esposas de cierta edad se veían tranquilas; en cambio las jóvenes estaban desoladas. Una de las mayores les dice a las inexpertas: “No se preocupen, chicas. En la primera Cruzada nuestros esposos también nos pusieron cinturones, pero tan pronto se marcharon fuimos con el herrero, ese muchacho fuerte y joven, y él se encargó de quitarnos el cinturón, y se encargó también de todo lo demás”... La verdad es que la democracia nos pilló desprevenidos. No la esperábamos, y ahora que la tenemos no sabemos qué hacer con ella, ni cómo manejarla. Los políticos, especialmente quienes forman el Honorable (sic) Congreso de la Unión, se portan como chiquillos majaderos cuyo padre, autoritario y dominante, al que obedecían sin chistar, hubiese salido de la casa. A los ciudadanos nos preocupa el espectáculo que cotidianamente ofrecen la ineptitud, la arrogancia y deshonestidad de esos hombres y mujeres en cuyas manos, por desgracia, está el país, y que no miran por su interés, atentos sólo a su propia conveniencia y a la de sus partidos. Desde luego hay excepciones a ese triste principio general, pero la idea que ahora tiene el pueblo de la clase política es muy baja. La historia, sin embargo, es larga, y lo que hoy es mañana no será. Quizá con el tiempo nuestros políticos aprenderán que la democracia no es anarquía, chantaje ni afán de predominio, sino participación en la tarea comunitaria por alcanzar el bien común... Una pareja iba por la carretera cuando los dos sintieron de repente el ímpetu del deseo sensual. El hombre detuvo el coche a la orilla del camino, bajaron los dos del automóvil y se pusieron abajo del vehículo a cumplir el viejo rito natural. En eso llegó un patrullero. “¿Qué están haciendo ahí?” -les preguntó. “Estamos revisando el aceite del coche -respondió el hombre-, pues creemos que se le está saliendo”. Responde el oficial: “Lo que deberían revisar son los frenos. Hace buen rato su coche se fue rodando carretera abajo”... La señora le pregunta al marido: “Viejo: si me muriera ¿te volverías a casar?”. “Posiblemente -responde él-. La Biblia dice que no es bueno que el hombre esté solo”. “Y tu nueva mujer -quiere saber la esposa- ¿sería alta como yo?”. “Sí” -contesta el tipo. Vuelve a preguntar la señora: “Y ¿tendría ojos cafés, como yo?”. “Seguramente” -dice el hombre. Pregunta la esposa: “Y ¿tendría el pelo rubio, como yo?”. Dice entonces el marido: “No. Ella es morena”... Una mujer, gitana ella, se presentó con el dermatólogo. Le habían salido unas sospechosas manchas verdes en la región del busto y en las piernas. La examina el galeno y luego le pregunta: “Dígame, señora: ¿es usted gitana?”. “Así es, en efecto -responde ella-. Soy gitana”. “Y dígame -vuelve a inquirir el médico-. Su esposo ¿es gitano también?”. “Naturalmente -contesta la mujer-. Mi esposo es también gitano”. “Y dígame -vuelve a preguntar el dermatólogo-. Su esposo ¿usa aretes, según es uso entre los gitanos?”. “Así es -contesta la paciente-. Mi esposo usa aretes de oro”. Replica el facultativo: “No son de oro”. (No le entendí)... FIN.