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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Don Astasio llegó a su casa y encontró a su mujer en brazos de un desconocido. Desconocido para don Astasio, naturalmente, pues a las claras se veía que la señora solía tratar al individuo. No sólo estaba en el lecho con él, sin ropa alguna -ya eso implica cierto grado de confianza-, sino además se dirigía al sujeto usando nombres que indican familiaridad: le llamaba "cochotas", "negro lindo" y "papazón". Y es que doña Facilisa (tal es el nombre de la pecatriz) solía practicar la erotolalia, tendencia a hablar durante el acto de la coición. Amén de usar en el trance aquellas palabras de cariño empleaba otras de mayor fuste y más sonoridad que por respeto a la cultura occidental, tan trabajosamente conseguida, no puedo publicar aquí. (La erotolalia, dicho sea entre paréntesis, es de uso muy común. Las únicas mujeres que no profieren exclamaciones de éxtasis durante el acto sexual son las vegetarianas: no quieren reconocer que una porción de carne pueda dar tanto placer). Pero prosigo mi relato. Don Astasio halló así a su señora y fue al chifonier donde guardaba una libretita con adjetivos para decírselos en tales ocasiones. Volvió a la alcoba y le espetó a su consorte este dicterio: "¡Gargamillona!". Con tal palabra de germanía se moteja a la mujer que vive de su cuerpo. Doña Facilisa no suspendió sus lúbricos zangoloteos. Sin siquiera volverse a su marido le dijo tratando de no perder el ritmo de la tarea que en ese momento la ocupaba: "Ay, Astasio. El mundo está en pleno sobrecalentamiento ¿y quieres tú que yo sea la excepción?"... El arte de gobernar es muchas veces el arte de conceder. Digo "arte" porque se debe saber hasta dónde pueden llegar las concesiones. Recordemos la fábula de Esopo acerca de aquella zorra a la que el alba sorprendió en el interior de la ciudad. Para salvar la vida se fingió muerta en una calle. Pasó un hombre y dijo que poseer un diente de zorra daba buena suerte. Trajo una pinza y le arrancó un colmillo. La zorra no se movió. Llegó otro hombre y dijo que una cola de zorra podía servir para adornar su puerta. Trajo un cuchillo y le cortó la cola. No se movió la zorra. Pero llegó otro hombre y dijo que una cabeza de zorra sería bello trofeo de caza. Entonces sí la zorra huyó despavorida. En efecto: podía dar un diente; podía dar la cola -dicho sea sin intención segunda-, pero no podía perder la cabeza. Yo digo que arrojar el IFE a la jauría de los partidos fue una dolorosa concesión, equivalente a dar un diente o entregar la cola -dicho sea sin segunda intención, vuelvo a decirlo-, para lograr otros propósitos. Pero si encima se permite que los partidos mangoneen a su antojo el IFE, eso será anular lo que se logró sólo después de largas luchas: hacer que en México los procesos de elección sean organizados y llevados a cabo por los ciudadanos, no por el Gobierno o por las organizaciones políticas que en tales procesos participan. Los partidos no pueden ser juez y parte. Si después de entregarles "este" IFE se les entrega "el" IFE, la democracia sufrirá un rudo golpe. Oigamos cómo sonaría ese golpe: ¡¡¡CUAZ!!! Desde ahora me tapo los oídos para no escucharlo... Pepito iba en su bicicleta por la calle y lo detuvo un oficial de la policía montada. "Dime, niño -le pregunta-. Esa bici ¿te la trajo Santa?". "Así es" -responde Pepito. "Bien -le indica el oficial-. Dile que la próxima vez le ponga luz trasera". Y así diciendo procedió a darle a Pepito una boleta de multa. "Dígame usted -le pregunta el chiquillo al oficial con tono de rencor-. Ese caballo que monta ¿se lo trajo Santa?". "Así es" -contesta el policía sonriendo. "Bien -le indica Pepito-. Dígale que la próxima vez le ponga al caballo el -ulo atrás, no arriba"... FIN.

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