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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

El cuento que ahora voy a relatar se llama "What Ever Happened to The Great Pharphallon?". En español: "¿Qué fue de El Gran Farfalón?". Las personas pudibundas deben suspender aquí mismo la lectura... Un agente viajero llegó a un pequeño pueblo. Era domingo en la tarde, y los domingos en la tarde suelen ser tediosos hasta en Saltillo o Nueva York. El visitante se aburría en el lobby del único hotel que había en el lugar. Le dice el botones: "Lo noto fastidiado, señor". "Así es -admite el viajero-. En este pueblo no hay nada qué hacer". "Sí hay -lo corrige el del hotel-. Está El Gran Farfalón". "¿Quién?" -se extraña el viajero. "El Gran Farfalón -repite el botones-. Actúa en el teatro de la esquina". Pregunta el agente: "Y ¿qué hace ese tal Farfalón?". Responde el otro: "Si le digo lo que hace no me lo va usted a creer. Necesita verlo por sí mismo". Como no tenía nada qué hacer, el vendedor se decidió a ir al teatro. A la hora anunciada comenzó la función. Un maestro de ceremonias anunció, magnílocuo: "¡Señoras y señores! Esta empresa se enorgullece en presentar a su máxima estrella: ¡El Gran Farfalón!". Aparece en escena un joven atleta vestido con blusa y mallas blancas bordadas con reluciente lentejuela. Se escucha una música sensual, y un reflector pone su luz en la figura del artista. Ante el asombro del viajero el musculoso atleta empezó a despojarse de sus atavíos, prenda por prenda, hasta quedar completamente al natural, o sea en peletier. Sale una linda ayudante, coloca frente al apolíneo galán una mesita cubierta con un paño de fieltro verde, y sobre ella pone cuatro nueces. La música se vuelve más voluptuosa y sugerente. El Gran Farfalón se concentra, y con la sola fuerza de su pensamiento pone en alto su masculinidad, tras de lo cual procede a aplastar con ella las cuatro nueces que tenía frente a sí. Un clamoroso aplauso saluda la hazaña del singular atleta. Pasaron 40 años, y otra vez el viajero acertó a hallarse en aquel pueblito. En el hotel reconoció al mismo botones de la vez pasada. Le dice: "Estuve en este pueblo hace 40 años, y vi actuar aquí a un artista singular". "Ya sé de quién me habla -responde el botones-. El Gran Farfalón". "Sí -replica el viajero con tono admirativo-. ¡Qué hombre extraordinario!". Le informa el del hotel: "Todavía trabaja". "¡No lo puedo creer! -exclama el viajero, estupefacto. "Compruébelo usted mismo -replica el empleado-. Está en el mismo teatro, y la función no tarda en empezar". Se apresuró el viajero, compró su boleto y ocupó su butaca. Un maestro de ceremonias anuncia: "Señoras y señores. Esta empresa se enorgullece en presentar a su artista de siempre: ¡El Gran Farfalón!". Aparece en escena el artista. El otrora atleta estaba convertido en un viejo decrépito. Encorvado, senil, caminaba con pasos lentos y penosos. Se escucha la música, y el anciano procedió a despojarse de su atuendo, raído y desgastado ya. Su desnudez causaba lástima: se le podían contar las costillas; colgaba su piel, flácida. Aparece una joven y guapa ayudante y coloca frente al carcamal la mesa con el paño de fieltro verde. Pero en vez de poner sobre ella cuatro nueces puso cuatro cocos. Se concentra el viejito, y ¡oh prodigio!: su varonía se volvió a alzar, triunfante, cual la de un hombre en plena juventud, y con ella el artista procedió a hacer pedazos los cuatro cocos. Se escuchó la ovación, atronadora. El viajero, entusiasmado, va al camerino del anciano. Todavía sin dar crédito a lo que había visto le dice lleno de admiración: "Oiga, señor: estuve aquí hace 40 años, y lo vi realizar su acto con nueces. Pasan cuatro décadas, regreso, ¡y ahora lo hace usted con cocos!". Responde el viejecito con voz doliente y tono de disculpa: "Es que ya no veo bien"... FIN.

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