El cuento que narraré en seguida tiene un cierto sabor de fantasía. Me hace recordar la leyenda del flautista de Hamelin, que conocí por primera vez en aquella obra ejemplar, "El tesoro de la juventud", maravillosa colección de libros que leí completos antes de saber que el verdadero tesoro de la juventud es otro. También esta historia trata de una ciudad que estaba llena de ratones. Por todas partes andaban los insufribles bichos: aparecían en las alacenas; salían de entre las colchas de las camas; andaban sobre la mesa en la cocina. Se formó un comité de vecinos para luchar contra la plaga. Contrató ese comité de ciudadanos a varias empresas especializadas en el ramo, y ninguna logró hacer nada contra los ratones. Seguían proliferando los animalejos, con espanto y alarma de la población. Un día llegó con el presidente del comité un hombre estrafalario. Vestía pobremente, y nada hacía ver en él ninguna habilidad. "Yo puedo acabar con los ratones" -dijo con gran seguridad. El jefe de los vecinos, desdeñoso, contestó: "Lo mismo han dicho todos, y lo único que han hecho es sacarnos dinero". "Mi método está garantizado" -replicó el raro sujeto. "¿Ah sí? -dudó el señor-. Y ¿cuánto cobra usted?". "Cobro un millón de pesos" -declaró. "Ah, no -rechazó el otro-. Es demasiado". Dice el tipo: "Sólo que mi trabajo está garantizado. Si dejo un solo ratón en la ciudad, fíjese bien: un solo ratón, usted no me paga ni un centavo". Esa cláusula interesó al presidente, quien después de una breve consulta con el comité autorizó al sujeto a poner en práctica su método. De la bolsa de su camisa sacó entonces el tipo una cajita del tamaño de una de cerillos, y de ella extrajo en ratoncito diminuto, apenas mayor que la uña de un pulgar. Lo puso en el suelo. Ante el asombro y la estupefacción de los vecinos el ratoncito fue hacia sus congéneres y empezó a matarlos uno tras otro, como fiera incontenible. Ninguno se le podía oponer, ni escapar, pues el ratoncillo a todos alcanzaba y aniquilaba a todos. En un par de horas no quedó un solo ratón en la ciudad: los pocos que no fueron muertos por el feroz pigmeo ratonil huyeron despavoridos y se perdieron para siempre. El presidente del comité, lleno de asombro, le dice al individuo: "Amigo: cumplió usted su palabra. No sabemos cómo expresarle nuestro agradecimiento". "Señor -contesta el otro-: desde que los fenicios inventaron el dinero hay una respuesta para esa duda". "En efecto -dice el señor-. Tratos son tratos. Aquí tiene usted su millón de pesos". El sujeto se embolsa la cantidad; toma su ratoncito, lo mete en la cajita, y después de guardársela en la bolsa de la camisa se despide con mucha cortesía y se encamina hacia la puerta. En eso el jefe de los vecinos lo llama: "Oiga, señor". Vuelve sobre sus pasos el sujeto. "Dígame usted". "Por casualidad -pregunta el hombre con tono esperanzado- ¿no tendrá usted un politiquito?"... El próximo domingo, a las 13 horas, en la sala C de Cintermex, en Monterrey, presentaré mi más querido y entrañable libro: "De abuelitas, abuelitos y otros ángeles benditos", publicado por Diana, del Grupo Planeta, querida casa editorial que hace llegar mis libros a las manos de mis cuatro lectores. Narraré cosas de mi vida; hablaré de mis abuelos y mis padres; compartiré contigo mis reflexiones sobre esta edad dorada, y sobre la hermosa aventura de vivir. Si tú también tienes la bendición de ser abuelito o abuelita; si estás en camino ya de serlo; si eres papá y futuro abuelo, te invito a estar conmigo. Espero verte ahí para abrazarte y poner mi nombre, si así lo quieres, en tu libro... FIN.