A la prima Celia Rima, versificadora de ocasión, se le ocurrió el siguiente comentario epigramático a propósito de la acción de los priistas que derribaron una estatua de Vicente Fox en Boca del Río, Veracruz: “Algunos que el acto vieron / al punto se preguntaron / no por qué la derribaron, / sino por qué se la hicieron”. Esto de las estatuas, en efecto, es muy relativo. Quienes las merecen no las necesitan, y quienes las necesitan no las merecen. Además, los monumentos dan lugar a veces a extrañas interpretaciones. Un cierto cónsul británico en Jartum fue cambiado de asignación. Su hijo más pequeño se afligió al saber que dejarían la ciudad, y le pidió a su padre que lo llevara a despedirse de la estatua de Gordon, pues le dolía pensar que ya no la vería más. Se conmovió el diplomático al conocer la devoción de su hijo por el famoso general inglés, muerto heroicamente al defender aquella ciudad contra rebeldes que la asediaban. En su estatua Gordon aparece vestido a la usanza egipcia y montado en un camello. Llevó, pues, el cónsul a su hijito ante la efigie a fin de que se despidiera del valeroso militar. Contempló largamente el niño la broncínea estatua, hizo un tierno ademán de despedida y luego preguntó a su padre: “Dime, papi: ¿quién es el hombre que está montado en Gordon?”. Mala costumbre es la que en México tenemos, de hacer estatuas a diestra y siniestra dedicadas en vida a los políticos. Debería haber una ley que prohibiera esos monumentos. Desde luego no es de aplaudirse las conducta de quienes echaron por tierra el dedicado a Fox, pero tampoco es acertada la decisión de rendir un homenaje tan prematuro al ex presidente. Inoportuno fue también ese homenaje, pues se hizo en días en que sus acciones y declaraciones han sido severamente cuestionadas. No aplaudo, por lo tanto, a quienes hicieron la estatua ni a quienes la derribaron. En ambas partes, creo, faltaron la prudencia y la razón. Lo que espero es que la tal efigie no vaya a ser causa de conflicto entre los veracruzanos, gente alegre y de buena voluntad cuya armonía y concordia no deben ser turbadas por una estatua, y menos si es de Fox... La muchacha de tacón dorado le dice al maduro señor: “Por 100 pesos te haré al amor atrás de esos arbustos. Por 500 te lo haré en tu casa, y por mil te llevaré a la mía, donde tengo cama de agua, luz suave y música romántica”. Apresuradamente el hombre saca un billete de mil pesos y se lo da a la chica. “Ah, vaya -sonríe ella-. ¿De modo que quieres el menú de lujo?”. “No -responde el tipo-. Quiero 10 veces atrás de los arbustos”... Pepito y Juanilito estaban en el súper. De pronto Pepito le dice a su amiguito: “¡Ven pronto! ¡Vamos a las cajas!”. “¿A qué?” -se extraña Juanilito. Responde Pepito: “Vamos a ver qué cara pone la señorita Peripalda, nuestra maestra de catecismo, cuando saque la mercancía que lleva en el carrito. Sin que se diera cuenta le puse mero abajo seis cajas de condones”... En una casa de retiro para ancianos estaban la señora Puritania, protestante, y la señora Letanina, católica. Cierto día llegó a visitarlas una amiga de ambas, y les preguntó cómo les iba. “A mí muy bien -responde la señora Puritania-. Tengo aquí un amigo de igual denominación religiosa que la mía. Por la noche va a mi cuarto. Lo dejo que me bese y que me abrace, y luego cantamos juntos himnos protestantes”. “A mí también me va muy bien -dice doña Letatina-. Tengo también aquí un amigo, católico igualmente, como yo. Por la noche va a mi cuarto. Lo dejo que me bese y que me abrace. Y luego, como no sabemos cantar himnos protestantes, le seguimos con todo lo demás”... FIN.