Un texano viajó a Australia. Su anfitrión lo recibió en el aeropuerto de Sidney. "En nuestros ranchos -le dice el texano- tenemos aeropuertos más grandes que éste". Pasaron frente al edificio de la Ópera. "En nuestros ranchos -repite el texano- tenemos casas más grandes que ésa". Salieron a la carretera, y vieron unos canguros que iban saltando por el campo. "Holy cow! -exclama el texano, boquiabierto-. Aquí sí que nos ganan. En Texas no tenemos tamaños chapulinsotes"... Dos hombres de los que ofrecen sus servicios frente a la Catedral de México estaban ahí sentados cuando llegó un turista. Les pregunta: "Excuse me, gentlemen: do you speak English?". Los sujetos se miran uno a otro, sin entender. Algo desconcertado les pregunta el visitante: "Excusez-moi: parlez vous Francais?". Los otros no contestan. Dice el turista entonces: "Entschuldigung, koennen Sie Deutsch sprechen?". Los dos se le quedan viendo, boquiabiertos. "Parlare Italiano?" -inquiere el otro, ya desesperado. Nada responden los amigos. El turista hace entonces un ademán de impotencia y se retira. "Caray, compadre -le dice uno de los tipos al otro-. Se me hace que usté y yo deberíamos aprender un segundo idioma". "¿Pa’ qué? -responde el otro-. Ese güey sabe cuatro, y ya ve: de nada le sirvieron"... Por coincidencia afortunada estuve en una misma semana en dos emporios agrícolas de México: los Altos de Jalisco y Sinaloa. Fui a Tepatitlán -"Vamos a Tepa..."-, invitado por mis amigos de Provitep, y luego estuve en Mazatlán, donde se reunieron otros buenos amigos, los productores del campo agrupados en Caades. De ellos aprendí lo que el mexicano puede hacer en el terreno de la agricultura cuando tiene libertad y no es convertido en una especie de menor de edad o incapaz sujeto a la tutela perpetua del Estado. Eso sucedió con el ejidatario, que reprodujo en la pequeña esfera de su ejido todos los vicios y corrupciones de ese Estado paternalista que quiso prohijarlo y al final hizo de él un súbdito en vez de un ciudadano. Todavía en los años setentas los agricultores sinaloenses hubieron de sufrir el embate de la demagogia echeverrista, que se apropió de tierras altamente productivas para ponerlas en manos de supuestos campesinos que ni siquiera vivían ya en el campo: eran taxistas, burócratas o empleados de esto o lo otro en la ciudad. El resultado fue que tales tierras se convirtieron en eriales, y fueron después rentadas o vendidas por aquellos a quienes se les entregó. La emigración de tantos mexicanos pobres, el drama humano de los indocumentados, son triste efecto de un fallido experimento, el reparto agrario, buena intención de ésas de las que el infierno está empedrado, que hizo pasar a los campesinos del poder del hacendado al de líderes venales y políticos corruptos. Mucho tiempo habrá de transcurrir aún para que los beneficios de la libertad vuelvan en plenitud al campo mexicano y hagan de él lo que ya es en Sinaloa y en los Altos de Jalisco: una fuente de legítima riqueza para muchos... Aquel sujeto entró en una farmacia y le dijo en voz baja al farmacéutico: "Hoy en la noche estaré con tres muchachas. Jamás he hecho el amor con tres mujeres a la vez. Deme algo que me fortalezca de modo que pueda yo hacer frente a ese tremendo compromiso". Responde el de la farmacia: "Tengo una nueva versión del Viagra. Es el Viagra Extra Super Power Magna Plus. Tómese tres pastillas dos horas antes de que lleguen sus amigas, y no tendrá ningún problema para atenderlas bien". Al día siguiente llegó el hombre otra vez a la farmacia. Lucía exhausto y agotado. Con feble voz le pide al encargado: "Deme por favor uno de esos parches calientes que quitan el dolor". "Oiga, amigo -le advierte el farmacéutico-. No puede ponerse ahí un parche caliente. Es peligroso". "No me lo voy a poner ahí -contesta el individuo débilmente-. Es para el brazo. Las muchachas no llegaron"... (No le entendí)... FIN.
