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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

No me busquen; no voy a estar aquí. Por unos días me olvidaré de todo, menos del recuerdo. He aquí que se cumplen 40 años de mi estadía en la Universidad de Indiana, e iré a Bloomington a encontrarme con el hombre que fui entonces, el mismo desmañado y atónito hombre que ahora soy. Visitaré los sitios añorados. Iré al auditorio de la Universidad, donde escuché cantar a Ella Fitzgerald y leer sus poemas a Neruda. Entraré en la biblioteca, que guarda el manuscrito original de la novela "Ben Hur", de Lewis Wallace. Pasaré por el estadio de futbol, en el cual vi ganar juego tras juego a los esforzados Hoosiers, que llegaron con gloria hasta el Rose Bowl sólo para ser vencidos por un solo jugador rival llamado O.J. Simpson. Regresaré a mi Escuela de Periodismo: recibí en ella las lecciones del profesor Arpan, nuestro director, a quien llamábamos con cariño "Papa Floyd". Volveré a las oficinas de "The Daily Student". En ese periódico de la Universidad publiqué un artículo en el cual reprobaba con juvenil vehemencia la guerra de Vietnam, entonces en su apogeo por el aliento que le daba el Presidente Johnson. Aquel texto terminaba con una frase irónica: "¡Felices tiempos aquéllos en que cuando oías la palabra ‘Johnson’ en lo único que pensabas era en un talco para niños!". Semanas después recibí una llamada telefónica de un agente literario que me ofreció mil 200 dólares por los derechos para usar esa frase. Acepté, claro: aquello era una fortuna para mí, que recibía un per diem de 20 dólares, suficiente apenas para mantenerme vivo. Cierta noche estábamos viendo la tele en la cafetería, y hubo un programa de Bob Hope. El artista empezó a hacer bromas sobre el Presidente. Y dijo de pronto: "¡Felices tiempos aquellos en que cuando oías la palabra ‘Johnson’ en lo único que pensabas era en un talco para niños!". Salté de la silla y dije a mis compañeros: "¡Esa frase es mía!". Me vieron como se ve a un loquito. Pero acabó el programa y aparecieron los créditos. En el correspondiente a "Writers" venía mi nombre. Entonces yo les dije: "¡Viva México, cabrones!", que es lo que decimos los mexicanos en casos como ése cuando estamos en el extranjero. Iré también a la Escuela de Música, cuyo director, Janos Starker -el célebre chelista-, me dejaba entrar de oyente a las clases de dirección orquestal, lo cual explica mis resonantes triunfos en el pódium, que pusieron en riesgo la permanencia al frente de sus orquestas de admirados y queridos colegas, como el maestro Félix Carrasco, de la Sinfónica de la Universidad de Nuevo León, y el maestro Ramón Shade, de la Camerata de Coahuila. Veré a mis compañeros, y los encontraré a todos tan canosos, tan calvos, tan gordos o tan arrugados que no me reconocerán. Con los años se va la memoria, pero las memorias no se van. Iré a buscarlas. Quizá podré encontrarme en ellas... Una señora joven le cuenta a su amiga: "Anoche tuve un problema con mi esposo. Encontró mi frasco de píldoras anticonceptivas, y se puso frenético". "¿Por qué?" -se extraña la amiga. Responde la señora: "Porque ya hace dos años que se hizo la vasectomía"... La noche era de las más frías del año. Capronio le dice a su mujer: "Se me ocurre ir a cenar fuera. Ponte el abrigo". "¿Me vas a llevar?" -pregunta la señora, sorprendida. "No -aclara el ruin sujeto-. Voy a apagar la calefacción"... Decía un tipo: "Una vez intenté sustituir a las mujeres con el alcohol, pero no dio resultado". Le pregunta otro: "¿Por qué". Explica el tipo: "La cosa se me quedaba atorada en la botella"... FIN.

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