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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Armando Camorra

“¡Es cierto, es cierto!” -alcanzó a decir el recién casado al tiempo que caía de espaldas, exhausto, en el tálamo nupcial. “¿Qué es cierto?” -pregunta asombrada su flamante mujercita. Responde con feble voz el agotado novio: “¡Que toda tu vida pasa ante tus ojos cuando lo haces por tercera vez!”... Aquel agente viajero gustaba de la música y llevaba consigo siempre una ocarina en la cual tocaba hermosas melodías. Un día la señora de la casa de huéspedes donde se asistía le preguntó: “¿Qué hizo usted anoche, Mercuriano?”. Contesta el vendedor: “Estuve tocando mi ocarina”. “Ah, caray -se inquieta la señora-. Entonces lávese las manos antes de desayunar”. ¡Señora ignara! La ocarina no es lo que tú pensaste (y no quiero pensar lo que pensaste tú). Es un instrumento musical de forma ovoide y alargada, con ocho agujeros. A mí me parecen demasiados, pero así son las ocarinas. Muchas veces los malos pensamientos derivan del poco saber, como fue el caso de Solicia Sinpitier, madura señorita soltera, que se ruborizó cuando un amigo suyo le propuso: “Vamos al jardín para enseñarte mi pérgola”)... Pipo Lanarts, crítico de arte, considera que Ignacio López Tarso debe ser considerado parte del patrimonio nacional. Bastarían las grabaciones que hizo de los corridos mexicanos para otorgarle esa calidad. Su “Macario” permanece en la memoria como una de las mejores actuaciones que en el cine de todos los tiempos y países se pueden admirar. En el teatro ha ocupado siempre López Tarso un sitio excepcional y su presencia en la televisión da dignidad a la pantalla chica. Quien esto escribe puede además dar testimonio de otra notable cualidad del gran actor: su generosidad. Era muy joven yo y tenía a mi cargo el Departamento de Difusión Cultural de mi Universidad, la de Coahuila. Fue López Tarso a Saltillo a inaugurar -con “Edipo Rey”- el Teatro del Seguro Social. Yo, con la osadía que dan los pocos años, le pedí que se reuniera con la gente de teatro de mi ciudad. Él aceptó de inmediato, en forma absolutamente desinteresada. Toda una mañana pasó con los actores y actrices y con sus directores. Les narró sus experiencias; les hizo útiles recomendaciones; fortaleció en ellos, con su sencillez y su generosidad, la vocación teatral. Aún se recuerda en mi ciudad ese desprendimiento del maestro. Ahora López Tarso estuvo en varias ciudades de Coahuila con motivo del festival que el Instituto Coahuilense de Cultura, dirigido por Armando J. Guerra, organiza cada año el mes de octubre. En todas sus funciones fue ovacionado de pie por un público agradecido y entusiasta. A esos aplausos Pipo Lanarts añade los suyos. Es crítico de arte, pero a pesar de eso sabe reconocer lo bueno... La señorita Himenia Camafría, célibe madura, viajó de su pequeño pueblo de provincia a la gran Capital de la República. Cuando volvió a su pueblo se reunió a merendar con su amiguita Celiberia Sinvarón, soltera como ella y le contó las desmesuras que había visto. “¿Sabías -le dice en voz baja- que en la Capital hay hombres que besan a otros hombres?”. “¿De veras? -se asombra Celiberia-. Y ¿cómo les dicen?” Responde la señorita Himenia: “Les dicen ‘gays’. Y ¿sabías que en la Capital hay mujeres que besan a otras mujeres?”. “¿En serio? -se sorprende Celiberia-. Y ¿cómo les dicen?”. “Les dicen ‘lesbianas’” -contesta Himenia. Y prosigue: “¿Sabías que en la Capital hay hombres que besan a las mujeres en otras partes del cuerpo que no son los labios?”. “¿De veras? -se escandaliza Celiberia-. Y ¿cómo les dicen?”. Contesta la señorita Himenia, ruborosa: “Yo le decía: ‘¡Papacito!’”... FIN.

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