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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Dos señoras estaban platicando. Le pregunta una a la otra: "¿Cómo le va a tu hija en la ciudad?". "Estupendamente -responde ella, feliz-. Vive muy bien; me manda dinero cada mes". "Pues ¿qué hace?" -inquiere la señora. "Entiendo que es saltadora profesional" -dice la madre. "¿Saltadora profesional? -se extraña la otra-. ¿Qué es eso?". "No sé -confiesa la mujer-. Me dice que se echa un brinquito cada noche"... Don Astasio, esposo cuclillo -o sea de testa coronada-, tenía una costumbre que la experiencia le enseñó: cada noche, al entrar en la alcoba conyugal, arrojaba su llavero por abajo de la cama. Si el manojo de llaves pasaba al otro lado, se quedaba don Astasio. Si, por el contrario, el llavero se atoraba, el engañado marido salía discretamente de la habitación, pues el atoro significaba que alguien estaba oculto bajo el lecho, y no precisamente jugando a las escondidillas. El prudente retiro del esposo servía para dar tiempo a que el amigo de su mujer dejara el escondrijo, cumpliera con tranquilidad su performance o cohondimiento y saliera luego sin escándalo del domicilio. ¡Ah! ¡Cuántos sangrientos dramas se evitarían si la sabia costumbre de don Astasio fuera adoptada universalmente! Pediré una cita a la ONU a fin de hacer esa proposición; así contribuiré a instaurar en el mundo aquella "paz perpetua" que anhelaba Kant. Pero he perdido el hilo del relato. Llegó cierto día a su casa don Astasio, y al entrar en la recámara halló a su mujer presa de singular agitación. Recurrió don Astasio al prudentísimo expediente ya citado: echó las llaves por abajo de la cama. Como era de esperarse, el llavero quedó a la mitad del camino. Así, el señor se dispuso a tomar el portante. Su esposa lo detuvo: "¿A dónde vas?". "A comprar una cajetilla de cigarros" -improvisa don Astasio para explicar su mutis. "Que sean dos -se oye decir a una voz abajo de la cama-. Los míos sin filtro, por favor". (NOTA: El autor no deja de asombrarse al ver hasta dónde llega la desvergüenza humana)... Don Poseidón, rico labriego sin ningún roce social, tenía una hija de nombre Bubulina. La chica encontró novio y lo invitó a cenar en su casa a fin de presentarlo a sus papás. "¡Por favor, Poseidón! -le ruega su señora-. Compórtate bien en la mesa. No comas con los dedos; no te suenes las narices con la servilleta. El novio de Bubulina es de muy buenas familias. No hagas quedar mal a tu hija". Esa noche, cuando se sirvió la sopa, don Poseidón empezó a comerla con toda propiedad. Al final, sin embargo, levantó el plato para sorber lo que quedaba. La mamá y la hija le clavan una mirada admonitoria. Les advierte, severo, don Poseidón: "Una sola palabra de cualquiera de ustedes, y no sólo sorberé la sopa: también haré burbujitas con el popote del refresco"... Doña Clorilia dio a luz su séptimo hijo. "Estaré muy ocupada los próximos meses -le manifiesta a su esposo, don Fecundio-, así que no me molestes con pretensiones amatorias. Ten este dinero y ve a una casa de mala nota". Salió don Fecundio con el billete, y en la escalera del edificio halló a la vecina del piso bajo, a quien contó lo que su esposa le había dicho. "¿Para qué ir a ese lugar? -le propone la mujer-. Yo puedo darte el mismo servicio, y tú pagármelo a mí". Cumplió, en efecto, la señora el trato, muy a satisfacción de don Fecundio, que le entregó el billete. Al regresar a su casa le informó a su esposa lo que le había pasado. "Y ¿el dinero?" -pregunta la señora. "Se lo di a la vecina a cambio de amor” -responde él. "¡Mira qué aprovechada! -se indigna doña Clorilia-. ¡Yo hice lo mismo por ella cuando tuvo su último hijo, y no le cobré nada al vecino!"... FIN.

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