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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Armando Camorra

Capronio, sujeto ruin y desconsiderado, le dijo a su mujer con tono hiriente: “Si tuvieras más firmes las bubis no necesitarías usar brassiére con soporte”. Sin hacer caso de la expresión dolida de su esposa le dice en seguida con acento igualmente burlón: “Si tuvieras más firmes las pompis no necesitarías usar faja de doble resistencia”. Harta ya de aquel maltrato le dice entonces ella: “Y si tú tuvieras más firme aquello que te platiqué yo no necesitaría llamar al vecino cuando tú no estás”... Al cumplir su primer año de casados la esposa se dirige a su marido. “Pitoncio -le dice-. Ya hay bastante confianza entre nosotros. Dime sinceramente: ¿con cuántas mujeres has hecho el amor?”. Responde él, cauteloso: “Si contesto tu pregunta ¿me prometes no enojarte?”. “No me enojaré” -asegura ella. “Bien -replica el tipo-. Entonces voy a decirte, por orden cronológico, el nombre de las mujeres que he tenido: Clorilia... Herenia... Gémina... Tú... Crispa... Damaciana... Alberina... Téspera... Sulpicia...”... De todas partes vengo y a todas partes voy. No sé si algún cantor argentino haya dicho eso, pero yo lo digo ahora. Ando en la lengua siempre, y en esa ruta venturosa me lleno la pupila con el paisaje espléndido de este país, el nuestro, tan lleno de hermosuras. Y me lleno las cuatro salas en que está dividido el corazón con el cariño de la gente. Y -también esto hay que decirlo- me lleno la barriga con las innumerables maravillas de la cocina mexicana (de las mil y una cocinas mexicanas) y de los infinitos bebestibles que el mexicano sabe hacer. Precisamente ayer me tomé un par de copas de un sabrosísimo sotol que se hace en Parras de la Fuente, solar amado de mi natal Coahuila, de donde salen no sólo vinos tan buenos como los mejores que la Europa da, sino también esta bebida recia nacida en el desierto. Aquel sotol que dije, cuyo espíritu todavía me anda por el cuerpo, se elabora en las nobles y antiguas Bodegas de Perote, y tiene un lindo nombre: “El Mejicano”, así, escrito con jota, como querían don Alfonso Junco y don Francisco J. Santamaría. Beber ese sotol es como beberse el desierto coahuilense con toda su bravía belleza, con toda su hondura y su misterio. Pero ése no es mi tema. Será, acaso, mi toma. Mi tema es el de los caminos a donde me llevan mis andanzas de juglar. En esas veredas, y en las posadas, oye uno muchas cosas. Y quiero decir hoy que Felipe Calderón y su señora esposa, doña Margarita, se sentirían contentos al oír las cosas buenas que la gente dice de ellos. Del presidente se alaban su prudencia, su serenidad, el tino político que ha mostrado durante el tiempo que lleva al frente del Gobierno. A la primera dama se le elogia por su discreción, por su modestia, por el decoro con que actúa en todas las ocasiones en que participa. Las comparaciones no son buenas. Ya lo dice la sabiduría popular: “Si se compara, alguien repara”. Imposible es, sin embargo, dejar de hacer un parangón entre esta pareja y la otra que en el anterior sexenio padecimos y que en éste seguimos padeciendo. Y más no digo, porque al recordar a esa pareja pasada, y al pensar en sus dares y tomares -más tomares que dares-, me pongo en trance de encaboronamiento... Sigue ahora un cuento que no entendí. Me dicen, sin embargo, que es de muy alto contenido sicalíptico... Un hombre joven llegó a la farmacia y pidió un condón. “Hoy es el cumpleaños de mi novia -le dice al farmacéutico-, y voy a hacerle un regalo”. El de la farmacia sonríe, y le pregunta: “¿Quiere usted que se lo envuelva para regalo?”. “No -responde el muchacho-. El condón es la envoltura del regalo”... (No le entendí)... FIN.

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