El nieto de don Senilio se asombró al ver a su abuelo sentado en una mecedora en el jardín. Eran las 10 de la noche; hacía frío, y el maduro señor vestía sólo camisa y camiseta: no traía pantalón ni lo de más abajo. "¿Qué haces aquí, abuelo? -le pregunta el muchacho muy alarmado-. ¡Vas a pescar una pulmonía cuata! ¿Por qué no traes pantalones ni calzón?". Explica el añoso caballero: "La otra noche estuve aquí mismo sin camisa y sin camiseta, y el cuello se me puso rígido. Esto es idea de tu abuela... (No le entendí)... En una fiesta cierto majadero individuo dijo en el corro de señores: “Con gusto le pagaría 500 pesos a aquella mujer de rojo si me dejara poner mis manos en sus bubis y sus pompis”. “¡Óigame! -protesta con enojo uno de los presentes-. ¡Esa señora es mi esposa!”. “Ah, vaya -replica el majadero tipo-. ¿Entonces le pago el dinero a usted”... A lo largo de mi larga vida he cultivado diversas extravagancias y locuras. Una de ellas es la ópera, absurdo género en que la gente canta con un puñal clavado en el pecho o tras haber bebido un tósigo mortal. Otra de esas pasiones la constituyen los westerns, las películas de vaqueros. (Dijo el otro día mi nieta Mariana: "Mi abuelito está viendo una película de rancheritos". ¡Santo Dios! ¡Oír que John Wayne, James Stewart, Gregory Peck, Alan Ladd, Randolph Scott y todos esos magníficos titanes del Oeste son llamados "rancheritos"! ¿Tienen que cambiar tanto las generaciones?). Pienso que las películas de vaqueros son el último resto que quedó de la epopeya griega. En la lista de mis delirios figura también el ajedrez. Don Alfonso Alveláiz Carballeda, que guió mis primeros pasos por el infinito laberinto del tablero, solía empezar sus lecciones con una frase sonorosa: "El ajedrez tiene mucho de juego para ser una ciencia, y mucho de ciencia para ser un juego". De don Alfonso aprendí que a veces el buen jugador sacrifica una pieza para ganar un juego. Reproducía el maestro Alveláiz una partida inmortal de Capablanca. En ella el gran estratega entregaba la dama a su atónito adversario. Más atónito quedaba el engolosinado rival cuando se daba cuenta, varias jugadas después, de que había caído en un gambito que lo llevaba inexorablemente al jaque mate. Alguna semejanza tiene la política con el ajedrez. (En México se parece más bien a la matatena). Hay veces que para ganar en lo principal es necesario perder en lo accesorio. Cuando los candidatos al gobierno de Michoacán estaban en campaña, los operadores políticos del PAN se asombraron al recibir una consigna de Los Pinos: manos fuera del proceso michoacano. Ellos habían creído que el Presidente Calderón ansiaba que su partido ganara la elección en su solar nativo. Si así hubiese sido el Presidente habría ganado una pieza, pero habría perdido la partida. Hábil jugador político, Calderón sacrificó una posición que quizá pudo haber ganado de habérselo propuesto, pero la sacrificó en aras de otra posición más importante: el resultado de la elección en Michoacán lo legitima y lo pone en aptitud mejor para gobernar. No ha caído el Presidente en el simplismo del "todo para mí y nada para ti". Quienes así actúan en política no son políticos. Al principio se comen la dama, pero al final pierden el juego. Existen las victorias pírricas; aquéllas en que al ganar se pierde. En el caso de Michoacán estamos en presencia de una derrota pírrica: el Presidente, al perder, ganó. Y ganó mucho. Lo veremos, dijo Milton... FIN.