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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Armando Camorra

Aquel golfista llegó con endiablado humor al hoyo 19, el bar del club. El cantinero le pregunta: “¿Tuvo usted un mal día, señor?”. “Pésimo -replica el individuo-. Las únicas bolas a las que les pegué bien fue cuando pisé el rastrillo de recoger las hojas”. (No le entendí)... Otro golfista se quejaba de que su esposa no lo dejaba ir a jugar la mañana de los domingos. “Haz lo que yo -le aconseja un amigo-. Cuando mi mujer todavía está dormida la muevo para despertarla y le pregunto: ‘Viejita: ¿me voy a jugar golf o nos pasamos la mañana en la camita haciendo el amor?’. Ella me dice siempre: ‘Llévate la gorra, no vaya a hacerte daño el sol”... Un hombre y su mujer acudieron al consultorio de un consejero matrimonial. La señora afirmaba que su esposo había perdido todo interés en el acto conyugal. Después de interrogar al tipo le dice el consejero: “Lo que pasa, señor, es que ha dejado usted que la rutina penetre en su recámara. Esto del sexo demanda más pasión, una mayor dosis de romanticismo. Si usted me lo permite le haré una demostración”. El marido dio su permiso y el terapeuta procedió a hacerle el amor a la mujer en forma competente, tanto que llevó a la señora hasta el culmen del arrebato erótico. (NOTA: Al parecer el hombre había tomado un curso en Saltillo y dominaba por eso las sutiles artes del foreplay y el performance). “¿Lo ve? -le dice al marido, que había seguido con atención profunda el desarrollo de aquel trance coital-. Esto es lo que su esposa necesita por lo menos cuatro veces por semana: martes, viernes, sábados y domingos”. Replica el hombre: “Los martes y los viernes sí se la puedo traer, doctor; pero los sábados y los domingos tendrá usted que perdonarme: son los días que juego golf”... Contaba la esposa de un golfista: “La vez que mi marido hizo por fin un hoyo en uno lo celebró tanto que cuando llegó a la casa derribó la cerca del jardín; tumbó un árbol; aplastó al gato; pasó por encima de las bicicletas de los niños y fue a estrellarse contra la puerta de la cochera”. “¡Qué barbaridad! -exclama una amiga de la señora-. ¡Cuánto daño causó!”. “Sí -responde la señora-. Y la cosa habría estado peor si hubiera venido en el coche”... Cierto jugador tenía problemas siempre en el hoyo 17. Había ahí una trampa de agua y el sujeto siempre mandaba la pelota directamente al centro del pequeño lago. Decidió que estaba perdiendo demasiadas bolas y un día llevó consigo una pelota vieja y desgastada. La puso en el tee y se dispuso a hacer el tiro. De pronto oyó una voz venida de lo alto: “Usa una pelota nueva”. El golfista decidió seguir el consejo de aquella voz sobrenatural y puso en el tee una pelota flamante, de las caras. Se disponía otra vez a hacer el tiro cuando la voz de lo alto resonó de nuevo: “Haz un swing de práctica”. El tipo se apartó unos pasos e hizo, en efecto, un swing de práctica. Se vuelve a oír la voz de lo alto: “Usa la pelota vieja”... Aquel socio del club se quejaba en el vestidor, con amargura. Les cuenta a sus amigos: “Desde que mi mujer empezó a jugar al golf perdió interés en el amor. Ahora me da sexo únicamente un día por semana”. “Pues tienes suerte -lo consuela uno-. A nosotros nos lo quitó por completo”... Hoy he contado sólo cuentos de golf en homenaje a la mejor golfista de México y del mundo: Lorena Ochoa. Su nuevo triunfo -el del millón de dólares- nos llena otra vez de orgullo y de satisfacción. Bien por esa gran mexicana y que siga obteniendo más victorias en su brillantísima carrera. Se lo desea este golfista frustrado que cuando fue a jugar por primera -y última- vez oyó en el suelo a una hormiguita que le decía a otra: “Vamos a subirnos a esa pelotita blanca. Es la única parte donde este gran indejo no va a pegar”... FIN.

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