Cuatro amigos hablaban de los encantos que tienen las mujeres. Dice el primero: "A mí lo que más me gusta verles son las piernas". Dice el segundo: "A mí lo que más me gusta verles son las pompis". Dice el tercero: "A mí lo que más me gusta verles son las bubis". Dice el cuarto: "A mí lo que más me gusta verles es la frente". "¿La frente?" -exclaman al unísono los otros, sorprendidos. "Sí -confirma el sujeto-. Es lo que se les ve cuando estás sobre ellas haciéndoles el amor"... En el bar de solteros un majadero tipo le pregunta a la linda muchacha: "¿Te he visto antes, preciosa?". "Sí -responde ella en voz tan alta que todos pudieron escucharla-. Soy la recepcionista en la clínica de enfermedades venéreas"... Un divorciado se topó con su ex esposa. Le dice: "Salgo con mujeres muy hermosas, pero cuando estoy en la intimidad con ellas siempre pienso en ti". "¿Por qué?" -pregunta ella con un asomo de emoción. Responde el tipo: "Porque así no termino tan pronto"... Hubo desmesura en los hombres violentos que irrumpieron en el recinto de la Catedral de México, y desmesura hubo también en los jerarcas que cerraron las puertas del máximo templo mexicano y suspendieron indefinidamente el culto y los oficios religiosos que se celebran ahí. La protesta de los perredistas por el sonar de las campanas fue excesiva; y excesiva fue asimismo la respuesta de los dignatarios, respuesta cuyo solo precedente es la suspensión de cultos que antecedió a la guerra de cristeros. Desde luego no puede justificarse en modo alguno la bárbara invasión de aquellos radicales del PRD, pero la gente de la Iglesia debe considerar también si acaso en el pasado no habrá hecho algo para propiciar sucesos tan lamentables como éste. El templo -todo templo- ha de ser un espacio sagrado; un lugar de excepción, apartado de la cotidianidad; un sitio al cual el hombre pueda acudir en busca del íntimo diálogo con Dios. Algunos obispos y sacerdotes actúan a veces en modo tal que quitan a los templos ese carácter sacro, pues hacen de ellos tribuna para tratar asuntos de política mundana, o temas que nada tienen qué ver con lo divino ni con la religión. Desde luego nadie pretende que la Iglesia sea un ente angélico, incorpóreo, separado del hombre y de lo humano. Pero si el recinto religioso se vuelve plazuela para el desahogo de cuestiones políticas, o barandilla para denuncias públicas, entonces ese espacio sagrado pierde su condición de tal. No digo que tal sea el caso de la Catedral de México, pero sí es el de algunos templos cuyos responsables parecen sentir más vocación por los asuntos del César que por los de Dios. La Iglesia está en el mundo, pero no debe ser mundana, y menos aún mundanal. Lo mismo puede decirse de los eclesiásticos. Tiene la Iglesia, y tienen sus ministros, una misión que atañe fundamentalmente a las cosas que antes se llamaban "del alma". Cuando los eclesiásticos se preocupan más por los temas puramente terrenales que por aquellos que pertenecen a la trascendencia; cuando toman partido en pugnas o afanes de política; cuando se hacen "luchadores sociales", se apartan de su vocación y de la esencia de su ministerio, privan a sus espacios -y se privan a sí mismos- de ese carácter de sacralidad que los creyentes les confieren, y exponen a sus recintos, y se exponen también ellos, a los efectos y reacciones que sus actitudes y manifestaciones pueden provocar. Los hombres de religión deben estar cerca de Dios y de sus criaturas, y lejos del sonido y la furia que derivan de la búsqueda del poder o de la fama. Si olvidan su misión y suplantan a los seglares en la suya hacen que lo sagrado se vuelva profano, y que pueda ser, por tanto, objeto de profanación. Desde luego esta larga homilía de laico campanudo no disminuye en nada la reprobación a los agresivos perredistas -lopezobradoristas- que ejercieron una vez más la elemental violencia que parece acompañar siempre al discurso de la izquierda radical... FIN.
