Un individuo lloraba desconsoladamente en la barra de la cantina. Le dice al tabernero: "¡Me pasó algo horrible! ¡Mi esposa me dejó para irse con mi compañero de tenis!". "No se aflija usted, señor -lo consuela el hombre-. Hay muchas mujeres en el mundo". "¿Quién habla de mujeres? -replica el tipo con desesperación-. Lloro por mi compañero de tenis. ¡Es el único al que le podía ganar!"... El viajero llegó a un pequeño restorán de carretera. Entró al local mientras dos perros lo miraban, vigilantes. Pidió algo el señor, y notó que el plato en que le sirvieron se veía sucio. "Oiga -le dice a la mujer que atendía la fondita-. ¿Está limpio este plato?". Responde ella: "Tan limpio como el agua y el jabón pueden dejarlo". Termina de comer el señor. La mujer toma el plato, lo pone en el suelo y llama: "¡Agua! ¡Jabón!". Y entran los perros... Todas las noches Empédocles Etílez llegaba ebrio a su casa. Su mujer lo recibía hecha un obelisco. (NOTA: Seguramente nuestro amable colaborador quiso decir: "Hecha un basilisco"). Eso era motivo para que Empédocles volviera a beber al día siguiente. La esposa consultó a un sicólogo y éste le dijo: "Modifique usted su conducta, señora. Cuando su marido llegue en estado de embriaguez recíbalo cariñosamente; atiéndalo; trátelo con amor y comprensión. Eso lo hará cambiar". La señora prometió seguir la recomendación. Esa noche Empédocles llegó más beodo que de costumbre; casi en estado de inconsciencia. Su esposa, en vez de revestirlo de injurias y denuestos, lo llevó a la sala; le ofreció un café caliente; lo colmó de ternuras y caricias. Finalmente le dice: "¿Que te parece, amor, si nos vamos a la cama?". "Me parece muy bien -acepta Etílez-. Estoy viendo que me equivoqué de casa, pero qué chingaos, de cualquier modo mi vieja me pondrá de la basura cuando llegue a la mía"... En horas de la madrugada sonó el teléfono de aquel rico señor. Era el velador de su casa de campo. Dice el hombre: "Le llamo para avisarle que el perico se murió". El señor se enoja: "¡Cabrísimo grandón! -le reclama-. ¿Y para eso me despiertas a las 3 de la mañana? En fin, dime: ¿de qué murió el perico?". Responde el que llamaba: "Comió carne en mal estado". "¿Por qué comió esa carne?" -quiere saber el señor. Explica el individuo: "Es que fue al lugar donde estaba muerto su caballo de pura sangre, señor; aquél que le costó un cuarto de millón de dólares. Al animal le cayó un rayo". "¡Santo Dios! -se consterna el rico propietario-. ¿Por qué no me avisaste antes?". "No había teléfono -se justifica el hombre-. Con el incendio de la casa el servicio telefónico se interrumpió". "¿Se quemó mi casa? -clama el otro. "Sí -confirma el tipo-. Ardió hasta los cimientos". "¡Qué desgracia! -se aflige el hombre-. El incendio ¿lo causó aquella centella que mató al caballo?". "No, señor -aclara el individuo-. Fue una vela". "¿Qué vela?" -inquiere el señor, preocupado. Replica el guardia: "Una de las que estaban en las cuatro esquinas del ataúd de su mamá. La señora murió de repente, y la estábamos velando. La vela cayó sobre la alfombra y ardió todo". "¡Oh, Dios mío! -prorrumpe en grandes sollozos el señor-. ¡Qué pena tan grande! ¡Qué dolor! ¡Qué sufrimiento!". "Uh, señor -declara el individuo con tono de reproche-. Si hubiese sabido que haría usted tanto escándalo no le habría hablado para avisarle que se murió el perico"... Susiflor les informó a sus padres que estaba un poquitito embarazada. "¡Qué barbaridad! -prorrumpe el genitor-. ¿Quién es el papá de la criatura?". "No lo sé" -responde la muchacha. "¿Cómo que no lo sabes?" -se escandaliza el padre. "Ustedes tienen la culpa -se justifica Susiflor-. Nunca me han dejado tener novio formal"... FIN.