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De política y cosas peores

Armando Camorra

Hoy es martes de buen humor. Con esa expresión disipaban nuestros abuelos la conseja según la cual ese día de la semana era ominoso, aciago. Contaré, pues, una historieta de carácter al mismo tiempo pícaro y erótico. Ese cuento tiene nombre germánico: se llama “Die Zauberflöte”, “La flauta mágica”. Antes, sin embargo, haré una reflexión política que sirva para orientar a la República... Lo que este país necesita es planeación. Aquí todo se improvisa, incluso las improvisaciones. No existe un plan a largo plazo; cada sexenio se vuelve a inventar todo, como si la Patria naciera con cada presidente. Peor aún: cada nuevo gobierno echa por tierra, o hace a un lado lo que el otro comenzó, de modo que este cuento de todo empezar es el cuento de nunca acabar. Graves problemas tenemos -el mayor de todos la pobreza- que no pueden resolverse en un sexenio. Sin un plan de largo alcance vamos a seguir repitiendo en la vida nacional el mito de Sísifo, condenado eternamente a empujar una pesada roca para subirla a un elevado monte sólo para verla caer otra vez cuando estaba ya a punto de alcanzar la meta. (Caón, si yo me cansé con sólo narrar esto, cómo quedaría el desgraciado Sísifo)... Viene ahora el relato que arriba se anunció: “Die Zauberflöte”, o sea “La flauta mágica”... Don Languidio, añoso caballero, viajó a la India en compañía de doña Bombarda, su robusta y frondosísima consorte. Llegaron a Calcuta y se instalaron en un hotel para turistas. Doña Bombarda quiso salir a la calle de inmediato, a fin de conocer aquella exótica ciudad. Don Languidio dijo que prefería quedarse a descansar: el viaje lo había postrado en tal manera que debía dormir al menos 14 horas. Salió, pues, la señora, y echó a caminar sin rumbo fijo por las callejas de la antigua población. En una de ellas observó un corro de gente que estaba viendo algo. Se acercó a mirar ella también y vio a una especie de mago callejero que había enredado una cuerda en el suelo. Se sentó el hombre frente a la cuerda, con las piernas cruzadas, y empezó a tocar una flauta. Sucedió entonces algo extraordinario: la cuerda empezó a elevarse, como izada por una fuerza mágica. Cuando la cuerda estuvo erguida a su máxima extensión el mago subió por ella ante el asombro y pasmo de la gente. Al ver aquel portento le vino a doña Bombarda una idea peregrina. ¿Acaso aquella mágica flauta podría obrar un prodigio semejante en su abatido esposo, don Languidio? Quizá las notas del mirífico instrumento podrían levantar lo que por años había estado abatido y desmayado. No esperaba doña Bombarda, claro, que aquel levantamiento le permitiera a ella trepar igual que el mago -no era el caso-, pero sí confiaba en que las notas de la flauta le devolverían a su marido algo de la perdida juventud. Le ofreció al mago, pues, un alto precio por el instrumento, e hizo que le enseñara las notas que harían el milagro. Volvió al hotel a la carrera. En la alcoba su esposo ya dormía, bocarriba, como solía hacer. Doña Bombarda empezó a tocar la flauta. ¡Milagro! A las primeras notas algo empezó a subir en don Languidio, pues la sábana que lo cubría se levantó. Siguió tocando doña Bombarda, entusiasmada, y la sábana se levantó aún más. Multiplicó los trinos y arpegios la señora, y la sábana seguía levantándose, incluso más allá de sus expectativas. Cuando notó que el levantamiento había llegado a su máxima expresión doña Bombarda dejó te tocar, y con ansiedad hizo a un lado la sábana que cubría a su marido. ¡Oh decepción! Lo que se había levantado al conjuro de las notas de la mágica flauta era el cordón de la pijama... FIN. (Este relato tiene una moraleja: que no haya ilusos, para que luego no haya desilusionados).

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