Torreón Calidad del aire Peregrinaciones Tránsito y Vialidad

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

El padre Arsilio y la señorita Peripalda suelen pasear algunas tardes por la alameda del pueblo donde viven. En el curso de esos paseos sostienen conversaciones espirituales. El sacerdote instruye a la piadosa catequista en temas de alta teología, y ella comparte con el señor cura sus devotos pensamientos de doncella entregada a las cosas celestiales. Una tarde iban caminando por aquel bello jardín cuando acertó a pasar a su lado Tetina Pompasdá, la más ínclita pindonga del poblado. Se iba meneando como galeón con viento próspero, pues con esas ondulaciones anunciaba su mercancía. El padre Arsilio la saludó al paso: "Adiós, mujer bendecida" -le dijo con paternal acento. Ella sonrió, halagada, e hizo al párroco un mohín de coquetería. El descaro de algunas no conoce límites. La señorita Peripalda se molestó bastante -¿sintió celos, quizá?- por la forma en que su director espiritual había saludado a la pindonga. "¿Mujer bendecida? -repitió con voz acre cuando Tetina estaba ya a distancia-. ¿Llama usted ‘mujer bendecida’ a esa furcia, señor cura? ¿Cómo puede ser bendecida una mujer así, que alquila sus caricias a los hombres y los mueve a pecado de lujuria?". "No juzgues, hija mía, si no quieres ser juzgada -la amonestó suavemente el prebendado-. Además no entendiste bien lo que le dije". "Si que entendí -se atufa la señorita Peripalda-. Le dijo usted: ‘Adiós, mujer bendecida’". "Te equivocas -replica el padre Arsilio-. Le dije: ‘Adiós, mujer vende sida’"... Es un deleite ahora caminar por el hermoso Centro Histórico de la Ciudad de México. La más bella ciudad de México, no cabe duda, es la Ciudad de México. Las hermosuras de su primer cuadro, sin embargo, se habían amenguado por la presencia ahí de millares de vendedores ambulantes que no dejaban ver los ricos monumentos de la urbe ni sus antiguas galas, y que hacían de cada calle un zoco, un muladar. Ahora, en cambio, esas riquezas llenan la mirada. El otro día estuve un par de días en la Capital, y tuve para mí -insólito regalo- una mañana completa. La usé en ruar sin prisas y sin rumbo por las más viejas calles de la noble ciudad, y entendí por qué se le llamó "de los palacios". Lucen igual que joyas rutilantes las fachadas de aquellas recias construcciones blasonadas; los edificios religiosos y civiles muestran su historia y su leyenda; prestigiosas casonas salieron de la ruina y ofrecen otra vez las galas de su ayer. ¿Cómo hizo Marcelo Ebrard para liberar al Centro Histórico de las pugnaces tribus que de él se habían apoderado? No lo sé, pero aplaudo sin reservas su labor, que devolvió a la ciudad, a México y al mundo, esa belleza que se había perdido. Queda todavía mucho por hacer, es cierto, pero el primer paso ya se ha dado, y ese paso primero, por ser el más difícil, es el más importante. Que a ése sigan otros, y que la hermosa Capital de nuestro país sea causa de orgullo para nosotros los mexicanos, y no ya motivo de vergüenza... El joven médico auscultó cumplidamente a la curvilínea chica. Ninguna región de la ubérrima geografía de la muchacha dejó el facultativo sin reconocer. Acabado que fue el profuso tacto el novel doctor le extendió una receta a la paciente, y luego le presentó su cuenta. La ve la muchacha y exclama consternada: "¡Caramba! ¡Cómo sube de precio el manoseo cuando se llama auscultación!"... Sigue ahora un breve cuento que no entendí cuando me lo contaron, pero que -me dicen- es altamente inverecundo. Personas púdicas, absténganse de leerlo... Dos individuos hablaban de mujeres, y de los engaños y desengaños que algunas hacen sufrir a los rendidos másculos. Declara el primero: "Yo no perdono. A mí la que me la hace me la paga". "Eres afortunado -dice el otro-. En cambio yo a la que me la hace le tengo que pagar". (No le entendí)... FIN.

Leer más de Torreón

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Torreón

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 317000

elsiglo.mx